25 años – Parte I

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La verdad es una en su esencia y múltiple en sus formas; sólo la mentira es consecuente, porque la mentira no es natural. (“célebre moralista” citado en Diario íntimo de Gertrudis Gomez de Avellaneda)

 

Parte I

Don Raúl se levantó como todas las mañanas a las cinco en punto, tres horas antes del comienzo de su horario laboral. Su primer acto del día, después de desperezarse, consistía en saludar a sus aves. Tenía dos canarios amarillos y un jilguero malhumorado que cuando hacía mucho frío o mucho calor se negaba a cantar. Don Raúl era muy considerado con él, había instalado un ventilador de pie que heredó de su tía Lorenza para hacer más soportables las tardes del verano y una estufa catalítica que le habían vendido por buena y que nunca llegó a calentar más que el calentador de velas a kerosene, heredado de su abuela Paulina. Pese a todo, no conseguía hacerlo cambiar de opinión, por lo menos, estando él presente. Así que cuando Raúl se percató de las mañas del pájaro, lo saludaba como si fuera a salir de su casa y se quedaba detrás de la puerta escuchando su trino desprevenido.

Acto seguido, el baño para descontracturarse y sacarse las sábanas de encima. Después de diez minutos en el agua tibia, no demasiado caliente, se vestía rápidamente, con la pulcritud que lo acompañó desde que su madre le diera coscorrones para hacerlo entender que un hombre de bien debe andar prolijo y con los zapatos siempre lustrados.

Salía hecho una pinturita, listo para unos cimarrones. El mate dulce era para otra cosa, con ese truco había enamorado a su vieja compañera de penurias, Estela. Según contaban, el mate tiene un lenguaje propio, y él algo de eso sabía porque cuando la vio en una reunión de la familia, acompañando a una de sus primas segundas, de inmediato se ofreció a cebar y le alcanzó un mate tan dulce que podía ahogar la amargura de un tonel de berenjenas crudas. Ella, que nada sabía de lenguajes alternativos, sólo atinó a decirle que en esos tiempos de crisis, no hacía falta que alardeara haciéndose el manirroto con el azúcar. Todos rieron y él sintió una punzada en el costado, certeza de que esa mujer le haría pasar los mejores y los peores momentos de su vida.

Esos recuerdos asomaban a su memoria de tanto en tanto, cuando calentaba el agua con la pava enlozada o cuando revolvía la yerba, pero no alcanzaban a entristecerlo porque de inmediato sonaba la voz del locutor de “Rapidísimo” contando las últimas noticias. Así es que sin darse cuenta se perdía en algún comentario de Larrea, le retrucaba alguna que otra frase y se ponía a leer el diario de punta a punta. Así era como una persona debía comenzar la mañana, bien informada y de buen humor, aunque seguro que no simultáneamente. Todo adulto que se precie tiene la obligación moral y civil de conocer lo que está pasando si no en el mundo, por lo menos, en su propio país. No es cuestión de echarles la culpa a los otros cuando las cosas del país salen mal. Don Raúl era admirador de Alfredo Palacios. Fue su mismo padre quien, en su niñez, lo llevaba a las reuniones que los socialistas efectuaban a veces a la vista y muchas más a escondidas de los poderes de turno. Fue su padre quien le contó los logros de la legislación del trabajo de la mano del gaucho de La Boca, con la vívida imagen de una mujer embarazada consiguiendo una silla para sentarse de a ratos durante el horario laboral. Fue su padre quien le consiguió su primer trabajo en una cooperativa agropecuaria en una época en que las cooperativas estaban en todo su apogeo, pero que luego fue absorbida por la gran corporación en la que trabajaba ya hacía veinticinco años.

La destreza que tenía para leer el diario lo hacía tener tiempo para la tira cómica, después de todo, los problemas no se resuelven rápidamente, y los diarios reflejan tal cual la situación agarrándose de una noticia y continuándola un día tras otro al derecho y al revés, no por profundizar sino por mantener la memoria de los lectores, satisfacer a los despistados que agarran las noticias días después de que se producen y por llenar hojas para las publicidades. Raúl no dejaba de dar un vistazo a la página de sociales y aún a las necrológicas, no fuera a ser que alguien conocido hubiera dejado este mundo y él no se enterara. Hacía más de diez años que había pedido el teléfono, pero la empresa aún no se lo instalaba, por lo que su medio para enterarse de las noticias fuera de la radio, el noticioso de las ocho en la televisión y los diarios, era la reunión de una vez por semana de su grupo de excompañeros del Nacional y las habladurías que circulaban por su oficina y el almacén del barrio.

Esa mañana salió de su casa frotándose los brazos para paliar el fresquete que se le colaba por las aberturas del traje. Llegó rápidamente a la parada del colectivo y se dispuso a viajar colgado del pasamanos. Los colectivos ahora eran más grandes, andaban más rápido y frenaban más de golpe que los de antes, en compensación, había disminuido el tracatraca de su andar. El timbre, siempre en lugares imposibles, hacía que uno tuviera que arriesgarse a caer al vacío porque la puerta permanecía la mayor parte del tiempo abierta. Lo bueno era que uno entraba en calor adentro del vehículo y como a veces se encontraba con un viejo amigo que era chofer, viajaba apostado al respaldo del asiento del conductor comentando algún Boca-River o inventando algún piropo para las damas que subían al vehículo, con perdón de la patrona que desde algún lado seguro lo estaba mirando. Era una aventura viajar así, con el viento entrando por la ventanilla y observando los malabares que hacía el conductor para cortar boletos del tamaño justo de un pasaje, meter el cambio, dar el vuelto en billetes y monedas y no perder de vista al de la bicicleta que estaba por cruzar delante del coche. Raúl coleccionaba boletos capicúas y muchas veces había logrado algún número especial gracias a esa amistad. Su amigo detectaba los capicúas por un sistema de observación oblícua que le servía también para otear las piernas de las chicas que subían en minifalda.

Llegó a la oficina y se sacudió la última gota de fiaca que lo empezaba a embargar cuando ya estaba llegando. Le faltaban unos años para jubilarse pero últimamente lo asaltaba una especie de cosquilleo intermitente pero pertinaz. ¿Qué haría cuando se jubilara? No tenía esposa, hijos, ni sobrinos que estuvieran necesitando de un viejo para los mandados. Todavía se sentía fuerte y no tenía tantos achaques, así que alguna cosa, alguna changa se tendría que buscar. Pero para eso faltaban unos años, por el momento, seguiría luchando contra los cajones metálicos de archivo y las nuevas máquinas de cómputos con pantallas verdes que facilitan la vida a los que tienen paciencia o a los que llegan a considerarlas personas que alguna vez van a responderles a sus insultos.

Tomó el ascensor en medio de saludos matutinos, conocía hasta el último empleado de la compañía, no tanto por su trajinar de oficina en oficina como por su fama de buen contador de anécdotas que le atraía públicos insospechados. Una vez, el gerente general se acercó a revivir el momento en que los astronautas pisaron por primera vez el suelo lunar, y tan vívida era la historia que parecía que el relator hubiera pisado aquel suelo rocoso, imposible que fuera arenoso porque sin gravedad la arena volaría. Otra, se había visto rodeado por unas cuantas personas sin darse cuenta que el jefe de personal se encontraba entre ellas, mientras relataba las penurias de ir al supermercado con el sueldo que se cobraba por esas épocas de inflación galopante. Todos lo escuchaban y asentían cada vez que se enredaba en complicadas fórmulas de maximización que incluían dejar de comprar el queso Mar del Plata con el que se hacía el “postre del vigilante” para poder llevar un pan de manteca y unos picles, que por su sabor avinagrado tienen la particularidad de quitar el apetito si son ingeridos antes de la comida. Su relato vino a coronarse con un pedido de aumento que fue como una plegaria y que finalmente se vio cristalizado cuando el jefe de personal revisó en su propio despacho la verosimilitud de los datos aportados por Don Raúl, como si nunca antes hubiera ido al supermercado. Ese aumento se conoció en toda la empresa como “el efecto picles” y, en honor a Raúl, sus compañeros le regalaron una horma de queso Mar del Plata con el primer aumento, para que pudiera gozar de su “postre del vigilante”, con queso y dulce de membrillo.

25 años – Parte II

32 comentarios sobre “25 años – Parte I

    Estrella Amaranto escribió:
    11 noviembre, 2017 en 8:32 pm

    ¡Hola de nuevo Mirna!
    Si no he comprendido mal, este relato consta de varias partes y esta entrada corresponde a la primera parte de esos «25 años», que constituyen el relato completo o esa autobiografía de Don.Raúl, del cual has hecho una estupenda descripción, acompañada de su actividad laboral y tantas anécdotas que rememora, muy curiosas y divertidas para mi gusto.
    La intriga ya se ha iniciado con buen pie y por supuesto me quedo a la espera de conocer cómo continuará, de modo que te felicito por tu estupendo relato.

    Un abrazo fuerte.

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      mireugen respondido:
      11 noviembre, 2017 en 9:19 pm

      Si. Estrella. Es así. Esta es la primera de 24 entregas. Es una nouvelle porque no es muy extensa. Veremos si es una biografía u otra cosa. .. yo no lo tengo claro aún jaja.
      Un abrazo

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    David Rubio escribió:
    13 noviembre, 2017 en 11:26 pm

    Hola, Mirna! Me ha gustado esta historia, esa escena inicial con el pájaro es deliciosa. A ver cómo sigue. Si te sugeriría que aligeraras un tanto ese primer párrafo para hacerlo más amable para leerlo. Parece que no pero un par de puntos y aparte pueden visualmente hacer un texto atractivo antes de comenzar su lectura. También sería bueno que en las sucesivas entregas, no sé cuánta extensión tendrá, incorpores un resumen inicial para situar a los lectores que te lleguen, por ejemplo, en el capítulo 9. Un abrazo!

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      mireugen respondido:
      13 noviembre, 2017 en 11:37 pm

      Gracias, David! Tomo nota de las sugerencias. Lo de la reseña no se me había ocurrido. No tengo experiencia subiendo este tipo de historias así que bienvenidas las sugerencias.
      Un abrazo

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    25 años – Parte II « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    25 noviembre, 2017 en 1:23 am

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    25 años – Parte IV « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    2 diciembre, 2017 en 12:15 am

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    25 años – Parte V « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    8 diciembre, 2017 en 7:58 pm

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    25 años – Parte VI « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    16 diciembre, 2017 en 12:27 am

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    23 diciembre, 2017 en 12:12 am

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    29 diciembre, 2017 en 7:06 pm

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    25 años – Parte IX « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    6 enero, 2018 en 12:49 am

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    25 años – Parte X « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    13 enero, 2018 en 12:01 am

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    25 años – Parte XII « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    27 enero, 2018 en 12:01 am

    […] a 25 años – Parte I Sólo noticias positivas sobrevivían el tamiz de esa felicidad  redonda. Y ahora la  primera […]

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    25 años – Parte XIII « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    3 febrero, 2018 en 1:00 am

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    isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    10 febrero, 2018 en 12:51 am

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    24 febrero, 2018 en 12:18 am

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    25 años – Parte XX « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    23 marzo, 2018 en 11:46 pm

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    25 años – Parte XXIV « isladelosvientos de Mirna Gennaro escribió:
    21 abril, 2018 en 12:19 am

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