Mes: agosto 2022

De vecinas, de virus y de alas – Cap. 16 – Más que una idea

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¡Hola, amigos! Inmaculada y Eliseo se disponen a enviar un mensaje alado. ¿Qué se dice cuando hay que usar muy pocas palabras y no se conoce al otro? ¿Qué se dice cuando uno quiere que el mensaje sea positivo y al mismo tiempo realista? Veamos qué se les ocurrió a ellos mientras el virus se iba metiendo en la vecindad.

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Inmaculada y Eliseo leyeron las frases sugeridas por las vecinas. Inmaculada tenía en sus manos a Libertad y la acariciaba, y la paloma la dejaba hacer, porque le gustaba el calor de sus manos y las migas con que la premiaban.

Al final, no sabían qué mensaje elegir. La restricción de espacio los hacía dudar y no había forma de achicarlos. A veces los buenos deseos, de tan grandes, no caben en un pequeño papel. En ese momento el sol iba cayendo a lo lejos sobre los techos de tejas y las copas de los árboles algo crujientes y la visión de ese atardecer tibio a los ojos y cálido al alma le hizo decir a Inmaculada: “Alguien te quiere”.

Eliseo la miró y sonrió. Ese era un gran mensaje. No importaba si la persona estaba sola o acompañada, ese era un mensaje para cualquiera, en cualquier situación, pero tan personal y tan positivo que no habría persona en el mundo que se sintiera decepcionada o desilusionada con él. ¿Quién no quiere que lo quieran? ¿A quién no le hace una caricia esa afirmación?

Escribieron el papelito y lo pusieron en la pulsera de Libertad. Y entre los dos alzaron a la paloma y le dieron el impulso que necesitaba para abrir las alas y volar. La vieron alejarse, pensaron en su perfecto sentido de la orientación y tuvieron la certeza de que alguien más se sentiría feliz ese día. Porque ellos eran felices con esa mínima aventura y se sentían tan afortunados que podían compartir felicidad sin miedo a que se agotara.

Después de un par de minutos, el silencio se tornó algo incómodo. O hablaban o se despedían. No habían resuelto a fondo los mal entendidos. Se debían una charla en la que ambos se sinceraran y dieran alguna explicación. Optaron por seguir aplazándolo y bajar, porque escucharon un griterío en el patio y decidieron averiguar qué pasaba. Al llegar abajo vieron los restos de una explosión nuclear. La Narco, sentada en un sillón del patio, estaba cubierta con una manta térmica, diciendo que experimentaba síntomas del virus. No estaba segura de que fuera ese, el malparido, pero era sospechosamente parecido y, además, ella iba y venía todo el tiempo al geriátrico. Que lo sentía mucho, que no debería haberlas expuesto, que todo era su culpa por ese afán de ayudar, que la perdonaran. Y que sí, que no se preocupara, ahora lo más importante era que se metiera en su cuarto y esperara al doctor, que se cuidara mucho, iban a ver qué pasaba, y que no se afligiera de más.

Rosa, se había hecho presente para poner un poco de orden. Que cada una a su pieza, que no hicieran más alboroto, que ya estaba viniendo el médico, que nadie se acercara a la enferma.

Pero la turba no se calmaba. Algunas tenían repentinos ataques de tos y se sentían mal como si hubieran perdido fuerzas, otras iban dando rienda suelta a las quejas y a las críticas. Que cómo iba a quedarse allí, que había que pedir que la internaran, que qué iba a hacer el médico, que qué iban a hacer ellas, que cómo se iban a proteger ahora, que quién las iba a cuidar si les pasaba algo.

El miedo y más el espanto dibuja sus arrugas en la frente y da un brillo a los ojos que puede parecer contradictorio. Si se pudiera mirar hacia adentro de alguien, se vería el corazón latiendo con más rapidez y la sangre bullendo como en una olla a presión. La adrenalina se dispara y aparece el impulso de pelear o huir.

Y las vecinas cayeron en la cuenta de que debían aumentar la “distancia social” tan mentada por todos los informativos y el patio se vació repentinamente. Y la luz del pasillo no encontró a qué hacer sombra y solo Rosa, esperando al médico en la puerta, pensaba tan fuerte que se oían sus autorreproches. Que tendría que haberle hecho caso a su marido cuando le decía que cerrara la pensión. Ahora estaban ahí, atrapados, y no sabían qué era lo que iba a pasarles. Y lo único que le faltaba era tener que ocuparse de una enferma, ay de mí, qué castigo.

La solidaridad se termina cuando el peligro es real, casi siempre. En nuestras fantasías pensamos que podemos ser altruistas y hasta incluso podemos serlo por un tiempo. Pero cuando el mal toca a la puerta y asomamos la nariz por la mirilla, ahí se termina la fantasía y comienza la verdadera demostración del material del que estamos hechos.

Por allí asomó Cuídese Mucho y se acercó a Rosa para pedirle perdón por haberla dejado sola. Que le iba a agarrar a quien le tuviera que agarrar. Que todos podían contagiarse. Que si no se ayudaban entre todos cómo iban a salir. Pero Rosa seguía pensando tan fuerte que no alcanzaba a oír todo lo que Lucía decía. Se veía envuelta en algo que la superaba.

Inmaculada y Eliseo estaban en la escalera, viendo toda la escena. Terminaron de bajar el último peldaño y se dirigieron sin hacer ruido a sus respectivas piezas.

Inmaculada se tiró sobre la cama y lloró. Había acumulado algunas lágrimas que encontraron escape en ese momento. No le llegaban palabras al pensamiento, pero algo de la soledad, de la distancia y de la indefensión se arremolinaron en la mente disparando un sollozo con sentimiento.

Eliseo se sacó la peluca y se tiró sobre la cama. El reflejo en el espejo del ropero le devolvió un pensamiento. A veces las cosas pasaban para mejor. A veces una ruptura solo era necesaria para que naciera algo nuevo. Y la pandemia podía sacar lo malo de muchos, que no todo era malo, la mayoría era miedo, pero también cosas buenas podían pasar. Porque a tiempos extraordinarios, le sucedían cosas extraordinarias.

Todas las vecinas estaban en sus cuartos cuando llegó el médico. Rosa lo recibió y lo condujo a la habitación de la Narco. Vino enfundado en un traje espacial, con un maletín donde llevaba test y otras cosas. Sometió a un análisis minucioso a la enferma. Le tomó la temperatura y otras cuestiones de rigor. Finalmente le hizo el hisopado y le dijo que en un par de días estaría el resultado, dependiendo de la cantidad de estudios que tuviera que hacer el laboratorio. Las recomendaciones fueron que no saliera de su cuarto, que alguien le llevara la comida y se la diera con cucharita, que esa persona tenía que estar bien equipada para que no se contagiara y que nadie de la pensión podía salir por una semana y que si alguien presentaba algún síntoma tenía que llamar con urgencia. Que cómo se iban a arreglar, que tenían que llamar por teléfono a algún conocido y pedirle que les llevara los elementos más necesarios. Pero que harían bien en no reunirse en el patio y que, si alguna salía, inmediatamente tenían que echar alcohol diluido con agua, con un aerosol. Higiene de manos y cambio de ropa. Lo básico para no contagiarse, que Rosa sería la responsable de mantener ese orden, porque ella estaba a cargo del lugar y a ella le harían más caso.

Rosa se despidió del médico con una sonrisa de esas que da la desesperación. Que en qué lío se había metido, que Dios las ayudara y que ojalá el viejo no se contagiara porque iban a estar fritos.

(C) Meg

De vecinas, de virus y de alas – Cap. 15 – Una idea

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¡Hola, amigos! Esta novelita continúa y ahora las palomas llenan el aire de buenas ideas. ¿Qué se hace con una paloma mensajera? ¿No es cierto que nos dan ganas de enviar un mensaje? ¿A quién? ¿Qué le diríamos? Inmaculada busca ideas…

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De vecinas, de virus y de alas – Cap. 14 – El barrio

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¡Hola, amigos! Hoy nos encontramos con el barrio de estas vecinas. Un barrio en pandemia pierde su color, la gente, guardada, escondida, protegida, deja las calles desnudas y sin vida. Un vecino se asoma y puede ver un desierto. Un perro se enseñorea, pero no tiene de donde obtener comida, porque los bares están cerrados. El virus convierte la vida en germen, y permanece allí, latente, dentro de las casas pensando en cosas que se podrían haber hecho de otra manera.

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De vecinas, de virus y de alas – Cap. 13 – La terraza

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¡Hola! Aquí vienen nuestras vecinas otra vez. En esta ocasión, la terraza es un lugar ideal para salir del encierro de la pandemia. Y también puede ser un lugar de encuentro, donde gozar de cierta intimidad. Veamos qué se traen ahora.

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