El perro pila

Posted on

¡Hola, amigos! Hoy les traigo un cuento que escribí a partir de este raro especímen de can. No sabía que existía un perro así y de inmediato se me dispararon ideas. Algunas son muy obvias, pero no por ello menos válidas. Espero que les guste.

Hay veces que los nombres de las cosas y, en este caso, de algunos animales, pueden prestarse a situaciones, diría, embarazosas. Eso me pasó a los siete años, cuando me regalaron un pequeño perro pila llamado Tarzán.

Yo no conocía ese tipo de perro sin pelos, para mí ese animal era más parecido a un ratón que a un can. Pero como no tenía prejuicios contra los pelajes, adopté a Tarzán como un integrante más de la familia.

Tarzán era alegre, saltarín, si hubiera tenido una liana, seguro que se trepaba a un árbol. Y su nombre hacía juego con su aspecto de andar con poca ropa. Pero la característica que realmente lo diferenciaba de otros perros era que su cuerpo levantaba temperatura y parecía una estufita. Según mi abuela esos eran los mejores perros para calefaccionar la cama del dueño. Según mi mamá eran los mejores compañeros. Según mi hermano Lucho, eran los mejores juguetes.

A mí no me importaba mucho que calentara mi cama. Tampoco que me acompañara a todos lados. Pero sí me importaba que jugara conmigo antes de ir a dormir.

Una tarde, cuando estaba haciendo la tarea de la escuela, aparecieron en mi casa mi tía Ramona y mi primo Félix, de diez años. Él vio a Tarzán y exclamó: “¡Es un perro pila!”. Mi primo tiene algunas cosas particulares, no es como mis compañeros, siempre se le ocurren cosas raras para hacer o cosas por las que nos van a castigar o debería decir, “me” van a castigar, porque él siempre se salva. Esta vez, me aseguró que el perro pila se llama así porque funciona con una pila que se le mete por el culo.

Yo lo miré fijo a mi primo. No podía creerle. Sin embargo, él permaneció impávido, sin pestañear y sin reír.

–¡Mamá! ¡Mamá! –gritó Felix–. ¿No es cierto que este es un perro pila?

–Sí, hijo –respondió mi tía, sin prestar mucha atención.

–Vení, vamos a buscar una pila –me dijo entonces.

–¿De dónde voy a sacar una pila?

–¿No tenés algún juguete o una radio?

Allá fuimos. Yo lo seguía presa de un mal presentimiento. Pero era mi primo mayor, así que también sentía curiosidad por lo que él sabía o pensaba.

Al ver mi velador-pez luminoso, se dio por satisfecho. Comenzó a desarmarlo y obtuvo la pila que buscaba.

–Ahora metéselo en el culo.

–¡No! ¡No! Yo no voy a hacer eso –dije arrojando lejos la pila.

Ante mi negativa, Félix me dijo muchas cosas. Que sos un tonto, que sos un miedoso, que sos un nenito de mamá.

Finalmente, mi razón se doblegó ante un pellizco en mi brazo. Tomé la pila y me acerqué a Tarzán por la espalda.

Él se dio vuelta enseguida, cuando sintió que yo estaba tras él. Me miró con sus ojos lánguidos y me ladró.

–¡Vamos! ¡Apurate! ¿No ves que se va a escapar?

–No puedo…

–¡Dale, mariquita!

–¿Qué está pasando acá? –preguntó mi mamá, al escuchar las últimas palabras de mi primo.

Si hubiera sido un volcán, hubiera hecho erupción, porque en ese momento, las palabras brotaron de mi boca como lava hirviendo. Le conté todo, cada cosa que mi primo me había dicho. Y mi mamá, con su cara de enojada, esa que ponía cuando el perro le rompía un almohadón, fulminó a Félix, convertido ahora en estatua de sal.

Mi primo se llevó un castigo, no por mi mamá, sino por mi tía. Ella escuchó todo y, avergonzada, lo llevó de una oreja a la cocina y lo retó. Mi primo se quedó tranquilo, por ese día. Al menos, no nos hablamos por el resto del día. Cuando se fue me dijo algo al oído:

–La próxima no te vas a salvar.

Esa noche no pude dormir. Juro que un fantasma o un espíritu malvado instigado por Félix rondó mi habitación. Y si el viento no hubiera movido las cortinas, diría que era mi primo que andaba por ahí merodeando para asustarme.

Mi madre me vio a la mañana siguiente y se dio cuenta de que había dormido mal. Me preguntó qué había pasado y yo no supe explicarle que era por miedo a las represalias de mi primo. Pero parece que algo intuyó, porque me miró con dulzura y me revolvió el pelo.

A mi primo Félix no lo vi por un tiempo. Luego supe que había estado internado, porque se había roto una pierna. Quiso demostrar a sus amigos que podía subir a un palo borracho, con zapatillas de escalar y una cuerda. Claro, el peso de su cuerpo fue más de lo que podían soportar las espinas del tronco y se vino abajo, antes de llegar a la copa y se ganó unos cuantos rayones en la piel.

Cuando volvimos a recibir la visita de mi tía y mi primo, Tarzán dio muestras de tener buena memoria. Dicen que los perros son inteligentes, el mío no era una excepción. Así que se lo pasó chumbando toda la tarde y no paró hasta que vio que Félix se alejaba.

A veces lo embromo. Le digo que pare de moverse, porque parece un muñeco a pilas. Juro que él me entiende, le ladra al pez-velador y hasta parece que sonríe.

(C) Meg

2 comentarios sobre “El perro pila

    Nuria De espinosa escribió:
    28 abril, 2024 en 10:32 pm

    Me recordó a un perro que tenía mi padre y que se llamaba Tarzán . Bonito cuento. Un abrazo

    Me gusta

      mireugen respondido:
      28 abril, 2024 en 10:41 pm

      Hola, Nuria! Las mascotas siempre quedan en nuestra memoria! Un abrazo

      Me gusta

Deja un comentario