Una reina y un rey
¡Hola, amigos! Hoy les traigo un cuento de otras épocas, de épocas en que los reyes se casaban con reinas para hacer crecer sus reinos. Dudé si publicarlo en el blog infantil, pero dado que incluye una tragedia y una traición, se me ocurrió más adecuado para publicarlo aquí. Espero que les guste.
Al rey que no habla
su reina no lo quiere.
Y la corte va y canta
mientras los peones mueren.
El estribillo resonaba en un callejón del reino. Unos cuantos lo coreaban y ninguno deseaba que los designios de esa estrofa se cumplieran. ¿Cómo puede una canción hacer brotar en los corazones sentimientos de justicia y libertad? ¿Cómo puede? Si son tan solo palabras esparcidas al viento. Acaso los versos más sublimes podrían elevarse hasta las nubes, pero una simple rima entonada por seres despreciados, ¿cómo iban a tener eco en otros rincones del reino?
Pero veamos cómo estaban las cosas en el reino de Sirvanda. Que en todos los reinos se cuecen habas, ya lo sabemos. El tema es que hay muchas recetas para cocerlas y más de uno que quiere comerlas.
Todo empezó el día en que Sorayda y Junilo decidieron casarse. Se casaron porque juntos iban a sumar sus tierras, pero parece que eso no alcanza para ser felices. ¿A quién le alcanza algo así? Solo a los que no tienen sentimientos. Pero estos dos monarcas los tenían y cuando sus corazones comenzaron a exigir atención, comenzaron los problemas.
Los dos venían de dinastías de cientos de años. Ella de la casa de Cubado y él de la de Sonilo. Por separado eran buenas personas, pero juntos solo les brillaban los ojos para pensar en la extensión de sus dominios y no reparaban en que, cuanto más tiempo pasaban juntos, más males generaban para su pueblo.
Todo el reino sabía que ese matrimonio era desavenido. Algunos los criticaban puertas adentro, otros los compadecían de la boca para afuera.
Timbayo, el brujo del reino, fingía ser amigo de los dos. Pero en realidad buscaba sacar provecho para sí mismo. Conforme pasaban los días, elaboraba su plan maléfico. Sabía que la reina Sorayda era más permeable a su consejo. Por ese motivo planeaba destruir a Junilo, para que el reino quedara en manos de ella y así conseguir más poder a través de sus manos.
Timbayo comenzó a envenenar los oídos del rey. Pero eso no era todo. Le robaba cosas y las hacía aparecer en los aposentos de la reina. Luego iba con el cuento al rey, para que él mismo comprobara la afrenta.
Las peleas reales eran dignas de alquilar balcones. Una vez abierto el grifo de los insultos, el agua podrida no se detenía y ambos quedaban bañados en la más triste de las miserias. Porque, en el fondo, ambos eran buenas gentes, por ese motivo al rey le indignaba ser robado y a la reina le indignaba ser acusada falsamente.
Nadie veía lo que estaba haciendo Timbayo. Nadie tenía tanto poder como para detectar la magia oscura que estaba utilizando para engañar a los reyes.
Pero, como decía antes, todo esto redundaba en que ambos reyes gobernaran mal, guiados solamente por sus deseos de venganza y sus sentimientos de cólera.
El rey hablaba poco. No tenía amigos, solo súbditos. La reina contaba con las damas de la corte que la asistían, pero, a pesar de ello, no confiaba mucho en ellas. Sabía que los súbditos se alegran como si consiguieran vengarse de la afrenta de no haber sido elegido monarcas, cuando los señores tienen problemas.
Pero un día, apareció en el reino un caballero gentil y poderoso. Un verdadero representante de la casa de Astonia, regia casa de valientes guerreros y mejores gobernantes, un reino allende la mar y más acá de las montañas doradas.
El caballero que se llamaba Farbel quedó enamorado de la reina apenas la vio. Esto ocurrió en un baile de la corte al que había sido invitado en honor a un tratado comercial que los dos reinos habían celebrado a través de sus ministros.
Farbel sintió todo el fuego que enardece al corazón y nubla el entendimiento. Por ese motivo, cuando Timbayo le sugirió que invitara a bailar a la reina Sorayda no supo distinguir las palabras malintencionadas del brujo.
El plan del brujo era atizar aún más el sentimiento que surge de ser despojado a la fuerza de bienes preciados para el rey. Pero ahora, no se trataba de un anillo ni de una espada o un escudo. Ahora se trataba de la mismísima reina, quien, a pesar de no quererla amorosamente, la quería como posesión.
A todo esto, la reina Sorayda no había sido indiferente a la mirada enamorada de Farbel. En su íntimo fuero una caldera se había encendido. Una luz que iluminaba un rincón de su corazón sumido en las sombras del desencanto. La reina era inteligente, no dejó que sus sentimientos se tradujeran en gestos, pero eso no impidió que enviara a una de sus doncellas a entregar un mensaje al valiente guerrero.
Pero el rey, envenenado por las maquinaciones de Timbayo, fue a confrontar a la reina con la amenaza de iniciar una guerra, si ella no cumplía su promesa de mantener unidos los reinos.
Los oídos de los sordos oyen más que los oídos de los necios, por eso, cuando la reina le aseguró que cumpliría su promesa de mantenerse como su reina a pesar de todo, el rey Junilo no oyó, no entendió, no confió. Salió del salón donde estaban reunidos con la promesa de enfrentar las tropas leales a él con las leales a ella y, así, de una vez por todas, dirimir los problemas que le ocasionaba tener a una reina traicionera.
Demás está decir que la guerra se inició. La gente común fue reclutada para la lucha. Nadie entendía por qué estaban peleando, sobre todo marido y mujer, pero se enfrentaron amigos con amigos, hermanos con hermanos, padres con hijos, todos con todos, haciendo de esos días los más miserables y lastimeros de toda la vida del reino.
Ninguna guerra es buena, ni siquiera cuando se persiguen cosas buenas. Ninguna guerra se gana totalmente. Siempre se pierden vidas, ilusiones, esperanzas. Siempre se termina con el amor de muchos. En este caso, el fin era ruin. Era simplemente vengarse de una desconfianza.
Timbayo apoyó al rey para seguir envenenando sus pensamientos. Cuando estuvo seguro de que no había vuelta atrás en la contienda, se pasó al bando de la reina.
Y la guerra terminó. Terminó con las ilusiones y las esperanzas de los habitantes del reino. Terminó con las fuentes de agua, con los sembradíos y los animales de crianza. Terminó con las casas prendidas fuego y con los caminos destruidos.
Quien tuviera que reinar sobre esas ruinas, sin dudas, sería el rey más pobre de todos los tiempos. Y así fue. Claro, todavía no les dije quién fue el que ganó. Y les resultará una sorpresa porque no fue ni el rey ni la reina. ¿Cómo es eso posible? Les cuento.
La reina Sorayda, enamorada como estaba de Farbel, le prometió que, si recibía ayuda del reino lejano y vencían al rey, se casaría con él. Y así fue que llegaron por mar cientos de barcazas repletas de guerreros valerosos que venían a luchar por el amor del príncipe Farbel. No les dije que era príncipe. No, perdón. Pero ese era un dato importante para que pudieran adivinar que, siendo un hombre poderoso, podía tener injerencia en la contienda.
Así las cosas, cuando el estandarte de Farbel se elevó sobre las cabezas de los reyes infortunados, por mar llegó el rey de las tierras lejanas, Farwol, quien venía a reclamar el reino de Sirvanda como parte de sus posesiones.
Es de imaginar que la reina Sorayda sufrió el más intenso ataque de ira de su vida. Decepcionada, engañada, estafada fueron algunas de las palabras que le dijo a Farbel cuando este le explicó que no había podido convencer a su padre de no apropiarse del reino vecino. Y como pasa en esos casos, todo el amor que sentían Sorayda por Farbel siguió el camino de una ruina similar a la de su pueblo.
¿Qué fue de Timbayo? No lo sabemos. Parece que se escondió por un tiempo, hasta ver cómo resultaban las cosas, porque alguna gente hace eso, no defiende un ideal, se esconde hasta saber qué tiene que decir para quedar bien con el poderoso de turno. Si eso es cobardía o no, se los dejo a ustedes.
Y llegamos al final de nuestra historia. Una vez que la paz volvió a Sirvanda, la gente pudo cantar de nuevo, porque muchas veces a los justos no les interesa quién gobierne, sino que gobierne bien. Pero, lo más curioso de todo esto fue que tanto Sorayda como Junilo terminaron encarcelados en una torre de su propio castillo. Allí, se dice, tuvieron mucho tiempo para hablar. Tanto tiempo que terminaron enamorándose.
Desde la torre podían escuchar la nueva tonada que llegaba de un callejón del reino:
A un rey sin corona
su reina lo sigue.
La corte ya no canta
y los peones se ríen.
(C) Meg
21 enero, 2023 en 5:19 pm
¡Qué buen relato! Me ha encantado la canción, muy apropiada para el mismo. Un saludo. 🙂
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21 enero, 2023 en 7:35 pm
Muchas gracias, Merche! Un abrazo
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22 enero, 2023 en 9:31 am
Una historia, o cuento, muy interesante y bien narrado. Como todos los cuentos, se pueden extraer varias moralejas y en este caso es que el amor no se puede forzar ni provocar por intereses y que solo el conocimiento íntimo de dos personas permite descubrir los verdaderos sentimientos. Esta historia, o cuento, tiene, aparentemente, un final triste, pues ambos consortes acaban encarcelados, pero a la vez feliz, pues finalmente nace el amor entre ellos.
Un abrazo.
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22 enero, 2023 en 5:26 pm
Yo creo que a esos pobres habitantes les hubiera ido mejor con una república.
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22 enero, 2023 en 8:07 pm
Sin dudas! Un abrazo
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23 enero, 2023 en 12:17 pm
Debemos alegrarnos de que en esta tiempos las monarquías, esa rémora del pasado, no usen a sus súbditos para sus cruentas batallas. Como mucho ahora los usan para darse publicidad y airear sus luchas, caso de Carlos, Diana y esa insalubre Casa de Windsor.
Gracias por tu historia, Mirna.
Un abrazo
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23 enero, 2023 en 10:23 pm
Gracias a vos, Mr. Krapp
Un abrazo
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