Vidas inventadas – Aquel día que fui valiente

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¡Hola, amigos! Hoy comienza una nueva serie basada en situaciones que ponen a prueba a cualquiera. Algunas rayan la obsesión o tocan una fibra que puede resultar dolorosa. En todo caso, son situaciones límite que no tienen porqué ocurrir en la realidad.

No es común que a uno le pregunten si es valiente o no. Por lo menos parecería que es una pregunta que queda destinada a momentos de gran introspección o de un par de copas de más o a un reto adolescente para hacer algo descabellado.

─A que no sos tan valiente como para…

Por eso, cuando me hicieron la pregunta sin que mediara ninguna de esas situaciones, me dejaron un poco descolocada, como tambaleándome sobre una pierna tratando de hacer el 4 después de una borrachera.

Y no tuve más remedio que revolver en la memoria y acudir a un momento de mi vida que creía olvidado. Hay varias formas de definir algo. Se me ocurren las más simples, que plantea la teoría de conjuntos: por comprensión o por extensión. No me parecía que pudiera definirme como un ser valiente, sin embargo, algo había por allí, y con un ejemplo podía sortear el brete en el que me habían metido.

No sé si mi amiga quería saber si yo era valiente o si yo me atrevería a algo en particular. Solo sé que preguntó y se quedó esperando la respuesta. ¡Qué momento!

Y ahí nomás apelé a mi memoria. Rescaté el momento perdido de un casi salvataje y se lo referí.

Aquellas vacaciones íbamos X y yo a disfrutar de la playa. No dimensionamos el problema cuando el guía de la excursión explicó que a las doce del mediodía la marea subía rápidamente. Jóvenes, imprudentes, nos fuimos hacia el otro extremo de la playa y, cuando quisimos acordar, el sol estaba en el cenit y nosotros íbamos a quedar atrapados del otro lado del acantilado. Rápidamente, nos dispusimos a volver, tratando de ganarle a las olas que se acercaban maliciosas. Había que recorrer un tramo de más de cien metros de playa custodiado por una mole a cuyos pies había muchas rocas grandes. X y yo, de la mano, avanzamos por la arena diez, veinte, treinta metros, hasta que el agua nos empujó con fuerza hasta las rocas, donde quedamos cercados. Debíamos seguir por la zona rocosa. X pisaba el verdín de las piedras y resbalaba. El agua seguía subiendo, no nos permitía ver dónde pisábamos. X tropezaba. Yo lo ayudaba a levantarse. X perdía el equilibrio. Yo lo sostenía. En fin. Viendo cómo el mar se disponía a tragarnos, hice acopio de valor y tomé firme la mano de X para darle el empuje que necesitaba para recorrer los últimos veinte metros con el agua más arriba de la cintura y las olas golpeando y al fin salir. X y yo nos salvamos, la gente de la playa miraba con cara de horror, como si hubieran temido un mal final o como si reprobaran nuestra conducta imprudente. En fin. Ese día supe que había algo de valor en mi interior. El suficiente para actuar en una situación de peligro. También supe que había algo de generosidad en mi interior. La suficiente para no soltarle la mano a X y hacer que saliera junto a mí del peligro.

Mi amiga no hizo nada, después de mi relato. Cerró el tema con un: “mirá vos” indeleble. Y siguió hablando de otra cosa.

Pero la cuestión es que, desde el día de la famosa pregunta, me he convertido en la valerosa S. Sí. Así me empezó a llamar mi amiga y así se quedó para el grupo de amigos. La verdad, al principio me sabía a burla, pero luego me fui dando cuenta de que no era así y permití que tomara su lugar el orgullo, a pesar de saber en mi interior que no era para tanto. Quiero decir, no siempre he demostrado ese grado de valor, aunque, por otra parte, tampoco ha habido necesidad de demostrarlo. Me autoconvencí de que era valiente.

Ser la valerosa S. me ha abierto las puertas a una fama inesperada. Y no me da vergüenza decir que me aproveché un poco de ella. Es muy agradable que a una le reconozcan por una virtud. Abre puertas, hace que los demás confíen en una. Como cuando te presentan a alguien y querés caerle bien. Y solo por ser la valerosa S., ya tenés un tema de conversación, y parte del camino allanado. ¿Por qué te dicen así? Bla, bla, bla… Sin embargo, cada vez más, es un peso. Me obliga a ser fiel a mi imagen y eso ¡cuesta tanto! Me obliga a una autoexigencia que se instala en la mente. ¿Cómo no vas a hacer eso, si eres la valerosa S.?

A veces siento ganas de huir de mi fama. Ser heroína en todo momento es desgastante. Últimamente me somete a una presión que se traduce en dolores de espalda, tensión muscular y taquicardia. Por eso, en este preciso momento estoy haciendo las maletas para escapar de la muy taimada, necesito irme a vivir a otra ciudad. Necesito alejarme de todos los que me conocen como la valerosa S., de todos los que esperan que sea la valerosa S., sobre todo, no quiero volver a ver nunca más a X. Quiero que desaparezca por completo de mi vida, porque, desde que soy la valerosa S., cada vez que lo veo me recuerda que alguna vez fui valiente. Y no me arrepiento de haberlo sido, no. Solo que necesito sentirme frágil, un poco, de vez en cuando, cada tanto. Y tal vez necesite algo o mucho de valor para iniciar una vida nueva. Pero espero que nadie se dé cuenta, pero que, si lo hacen, nadie me endiose por ello. Solo eso. Solo eso.

(C) Meg

2 comentarios sobre “Vidas inventadas – Aquel día que fui valiente

    Josep Ma Panadés escribió:
    27 enero, 2024 en 9:09 am

    Creo que muchos ignoramos de lo que seríamos capaces de hacer en un momento crítico. Creo que la adrenalina nos injecta un poder o valentía que desconocíamos. Y cuando uno ha hecho algo formidable a la vista de los demás y es halagado por ello, el ego crece hasta el punto que desaparecen todas las inseguridades y los temores a fracasar. Pero como muy bien describes en esta narración, puede ocurrir que, desde ese momento glorioso, todos esperen de tí que seas héroe en todo momento y para siempre. Esa presión puede llegar a ser insoportable y de ahí que tu protagonista necesite aliviarla marchándose a otro lugar.
    Si lo que has contado sucedió realmente, S tuvo una gran serenidad y pericia y no es extraño que la admiraran.
    Un abrazo.

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      mireugen respondido:
      27 enero, 2024 en 1:35 pm

      Hola, Josep! Como muy bien indicás, la adrenalina es muy poderosa. Pasado el efecto se vuelve a la normalidad. Pudo pasar, de esta forma o de otra, hoy en día hay muchas situaciones límite con los problemas de inseguridad. Podría haber elegido otra como lo que vi en un noticiero, en la que la víctima de un robo se puso a pelear con los asaltantes. En fin, hay para elegir.
      Un abrazo

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