Conmigo no

¡Hola, amigos! Esta entrada participa de la convocatoria del mes de El tintero de oro, de David Rubio. La propuesta es escribir en hasta 900 palabras una historia protagonizada por un personaje enfrentado al mundo, excéntrico y único. ¡Menuda tarea! El personaje que les traigo es un argentino que… Bueno, lo van a tener que leer para conocerlo. Aquí los dejo con el relato.

Tulio salió del bar trastabillando. Se detuvo frente a la puerta y acomodó su sombrero de cowboy. Metió luego, la mano en el bolsillo y extrajo su cigarrera de oro. Contó los cigarrillos y cuando comprobó que no había fumado ninguno, sonrió.

Más relajado, miró hacia el sol y acomodó los lentes negros. El brillo sobre sus lentes de sol me dio directo en los ojos. No estaba muy lejos de él. Solo me detuve a saludar a mi amigo. Hacía un tiempo que no lo veía.

–Seguís con la costumbre de contar los puchos –le dije, sin más preámbulo.

–Hola, che, ¿qué hacés tanto tiempo?

–Aquí ando, hoy es un día de raras coincidencias. Hace un rato me crucé con el gordo Pepe, ahora te encuentro a vos. ¿Qué contás?

–Vine a desayunar un whisky, como todos los días, pero ahora me llamaron por una emergencia.

–No te veo muy apurado.

–No… Ya sabés cómo son las emergencias de mi secretaria. La boluda se altera hasta con un cliente que se queja porque el envase no contiene la cantidad que dice la etiqueta. Mirá que ponerse a contar cuántas aceitunas hay en el tarro…

–Suena a algo de todos los días.

–Tal cual… Che, ¿no querés entrar a tomar unos vidrios?

–No puedo, voy para el hospital, tengo una cirugía.

–Siempre ayudando a la gente, vos. Ustedes no diferencian a quien ayudan. ¿No se dan cuenta de que hay gente que tiene que irse de este mundo? Somos millones y millones… no hay lugar para todos.

–Sí, ja, ja. Pero para eso soy médico.

–Qué equivocados que viven algunos. Yo los mandaría de vuelta y que no jodan más. Ya tuvieron lo suyo. Ahora ajo y agua.

–Serías muy mal médico vos. Además, te morirías de hambre.

–¿No es cierto? Entonces ustedes prolongan la vida para mantener el trabajo…

–Un poco, sí…

–Vamos, che, ¿un whisky?

–No, no. Me voy, ya se me está haciendo la hora.

–Nos vemos. Saludame a tu jermu.

Seguí caminando por la vereda donde nos habíamos encontrado. Un minuto después de separarme de mi amigo, escuché una frenada y un golpe seco. Me di vuelta. Algo me decía que había ocurrido un accidente.

Lo vi ahí, tendido sobre el suelo, el sombrero a varios metros de distancia. De la cabeza le brotaban chorros de sangre. Me acerqué corriendo, comprobé sus signos y pedí que alguien llamara al 911.

Abrió los ojos apenas. Creo que esbozó una sonrisa al verme. Intentó hablar.

Acerqué mi oreja a sus labios. Escuché que me decía en un susurro: –No sigas mi consejo. No conmigo. No ahora.

(C) Meg