Un gran secreto
Él tenía un secreto. Un secreto tan grande que ya no podía seguir ocultándolo. Al principio lo mantuvo guardado en su memoria, pero conforme crecía iba ocupando todos sus pensamientos. Luego lo escribió sobre un papel y lo puso bajo su almohada, pero el secreto hacía ruidos. No lo dejaba dormir. Entonces lo colocó en una cajita y a ésta sobre un mueble, pero seguía sonando y parecía el tic tac de un reloj molesto en medio del insomnio. Entonces guardó la cajita dentro de un cajón. Allí comenzó a retumbar como un sonido amplificado bajo el agua. Fue allí que decidió enterrarlo y fue al jardín, hizo un pozo y lo metió. Lo cubrió con muchas paladas de tierra.
La tierra aplacó los sonidos. Ya no escuchaba a su secreto, es más pareció haberlo olvidado.
Durante semanas, meses, años inclusive, no tuvo un solo recuerdo de su secreto. Era como si nunca hubiese existido y si le hubieran preguntado habría dicho que nunca tuvo uno.
Entonces un día, cuando apenas despertaba en la mañana, recordó el sueño de esa noche y lo supo. Su secreto seguía vivo y lo llamaba. Buscó una pala y fue hasta el jardín. Poco a poco fue desenterrando la caja. Un poco más abajo se encontró con una semilla. No había caja. Entonces volvió a tapar todo dejando la semilla dentro.
Un tiempo después la semilla germinó. Y del lugar donde estaba la caja comenzó a brotar un tallo, que fue creciendo y creciendo. Se veía hermosa la planta. Crecía fuerte, vigorosa, con hojas grandes de varios tonos de verde. Tiempo después asomaron las flores, y eran flores enormes como campanas.
El hombre comenzó a regarla y conforme la planta crecía le parecía que tomaba dimensiones cada vez mayores. Sobrepasó su propia altura y cada vez se hizo más grande. Y él más pequeño.
Fue una mañana que las escuchó sonar. Daban campanadas como si fuera una torre de un castillo. Y el tañido lo despertó de un sueño profundo y le hizo doler la cabeza.
Salió al jardín y se encontró una planta gigantesca, tan grande que estaba envolviendo toda su casa. Quiso tomar unas tijeras para cortar ramas, hojas, flores. Pero todo era enorme para sus pequeñas extremidades. Se había convertido en un pequeño insecto, de patas cortas y cabeza redonda. En su espalda asomaban unas pequeñas alas translúcidas y unas antenas coronaban su cabeza.
No llegó a darse cuenta de qué fue lo que pasó después. La planta reaccionó a su zumbido abriendo una de sus campanas y engulléndolo. No quedaron de él ni los pelillos. Nadie que pasara por el lugar hubiera dicho que allí había vivido alguien. Sin embargo la planta siguió viva por siempre. En sus hojas se podía leer todo lo que el hombre había querido callar.
Meg © Todos los derechos reservados
22 enero, 2017 en 10:19 am
Hola Mirna. Por mucho que queramos ocultar un horrible secreto en lo más recóndito de nuestro ser y de nuestra existencia, siempre estaremos a su merced y puede acabar devorándonos o convirtiéndonos en su esclavo. Un relato muy bien narrado y con mucho mensaje.
Un abrazo.
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22 enero, 2017 en 10:25 am
Gracias, Josep. Es cierto, podríamos ser esclavos también. Otro final posible. Un abrazo
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23 enero, 2017 en 10:19 am
Me ha parecido precioso. Ya sabemos que los secretos no se pueden guardar para siempre. Ellos siempre están ahí, y por mucho que queramos nunca nos van a abandonar.
Un besillo.
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23 enero, 2017 en 12:44 pm
así son los secretos, nos devoran…..espléndido relato
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23 enero, 2017 en 5:22 pm
Muchas gracias, Marcela. Un abrazo
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23 enero, 2017 en 9:43 pm
Como bien escribes, Mirna, los secretos crecen hasta tal punto que terminan devorándote.
Un abrazo, compañera. Me encantan este tipo de microrrelatos.
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24 enero, 2017 en 12:15 am
Gracias, Bruno, tengo la suerte de tenerte como lector. Siempre me das ganas de seguir escribiendo.
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