Monstruos americanos – El lobizón

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¡Hola, amigos! Vuelven los monstruos de mi tierra. Esta vez uno bien feo…

Cuenta la leyenda, que el séptimo hijo varón del mismo padre y la misma madre, tiene la desgracia de poseer una horrenda maldición: convertirse en lobizón. La transformación ocurre las noches de los martes y viernes, cuando hay luna llena.

El monstruo siempre elimina a quienes conocen su secreto. Lo único que lo vuelve a su forma original es cuando es herido y ve su propia sangre. También se dice que, si le disparan una bala bendecida con forma de cruz, sin matarlo, puede cesar la maldición. Otra cura posible es rociar su cuerpo con agua bendita. Aunque el más fuerte de los rumores para salvar al lobizón es que sea bautizado en siete iglesias diferentes antes de que empiecen las transformaciones. Al mismo tiempo, tiene que ser apadrinado por el Presidente de la Nación.

Pertenezco a una familia en la que hay niños en cada rincón de la casa. Nuestra casa es pequeña, tiene apenas tres dormitorios, visto con buenos ojos, y está en medio de un bosque cada vez menos tupido, a pocos kilómetros del Impenetrable. Conseguir madera para ampliar la casa no debería haber sido problema, pero mis padres son tan pobres que, ni para eso. Entonces nos acomodaron en dos cuartos, el de los “grandes” y el de los “pequeños” que era solo un dormitorio grande dividido por una pared finita de esterilla que se iba corriendo a medida que alguno pasaba a la categoría de “grande”.

Así que, comencé compartiendo cuarto con Juan y con Luis. Nosotros tres, los pequeños, todavía no conocíamos algunas cosas de la vida, por eso estábamos separados. Eso lo supe al cumplir los doce cuando me explicaron qué partes de mi cuerpo me iban a crecer.

Como dije antes, soy el séptimo hijo varón. Vivo cerca de Pozo El Horcón, al Noroeste, en la provincia de Chaco. Allí tenemos muchas creencias, algunas nos vienen de los tobas, otras nos vienen de oídas, de otras partes, porque las palabras tienen vida cuando se dicen y tienen la fuerza de la verdad, cuando las crees. Una verdad que, muchas veces, es dura como el quebracho que crecía en estas tierras antes de que la tala lo destruyera.

–¿Cómo no vas a creer lo del lobizón? –me decía mi hermano Juan.

Y yo, la verdad, no creía nada. Me parecía un cuento como tantos otros que andaban circulando entre los más viejos. Pero, por las dudas, me miraba en el reflejo del agua, para ver si algo me cambiaba en mi aspecto.

Mis amigos siempre me miraron raro, pero supe el porqué cuando tuve edad para conocer la leyenda. Entonces comencé a tomármelo a risa. De tanto embromarlos con caras y gruñidos, ellos se fueron relajando y lo del lobizón fue quedando para chanza, de vez en cuando, cuando había luna llena.

A los catorce años comencé a preocuparme, noté que me estaba creciendo mucho vello en el cuerpo. No quise intranquilizar a nadie. Cuando empecé a notarlo, usé la maquinita de afeitar y lo solucioné. En mi familia no somos de tener vello, ni mi padre ni mis hermanos. Así que, a menos que mi mamá oculte esa faceta de nosotros, yo no tengo a quien parecerme.

Pedí a mis padres que volvieran a poner la esterilla para dividir el cuarto. Pero para ese entonces todos habíamos superado los doce años y no había motivo de separación.

Luego conseguí un libro en el pueblo. Leí la leyenda completa del lobizón y el alma me volvió al cuerpo. La transformación no esperaba tanto, solía darse desde pequeño, y yo no era tan pequeño.

Pero me siguió creciendo vello. Ahora no hay afeitadora que alcance. Saco y saco y sigue creciendo. Me miro al espejo y veo una cara distinta. Veo la cara de un hombre oscuro, por momentos siniestro, con ojos de fuego y olfato de perro. Empecé a fingir que estoy enfermo, para permanecer en cama durante el día y salir durante la noche. Voy al baño y allí me encierro a observarme, horrorizado.

Pero ya no soporto tanto encierro. Miro a la noche, a las sombras, al bosque raquítico y siento que me llaman. Siento en mi interior que la luna va a iluminarme un camino hacia otra vida. Cerca de acá están los bajos, las tierras inundadas. Es un lugar peligroso para algunos, pero no para una bestia salvaje. Está lleno de árboles que parecen retorcerse de dolor e implorar perdón. Sé que en algún momento ellos y yo sentiremos lo mismo.

Oigo ruidos en la cocina. Uno de mis hermanos está con insomnio. A estas horas solo se puede tomar un jugo de naranja, porque no hay leche en casa. En otras circunstancias, un jugo de naranja me parecería delicioso, pero hoy se me antoja más un poco de carne, alguna bebida tibia.

Tengo que irme de aquí. No quiero lastimar a nadie de la familia. No quiero que sufran por esta maldición. Las soluciones más simples, como que el presidente fuera mi padrino, nunca estuvieron a nuestro alcance.

Tengo que irme a algún lugar donde nadie me conozca, para sobrevivir. Porque los del pueblo tienen la cabeza llena de supersticiones y saben que lo único que me puede curar es una bala bendecida, con la punta en cruz. Pero ni loco dejo que me disparen. Yo soy lo que soy.

Me despido de mi casa, de mi gente. Me despido de mi vida. Todo aquello que habita mi memoria ahora se ve muy lejano, como el sueño de otra persona. El sueño que ampara la luna, la misma luna que, ahora, me llevará al bosque de árboles atormentados.

(C) Meg

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9 comentarios sobre “Monstruos americanos – El lobizón

    Cabrónidas escribió:
    3 febrero, 2023 en 7:58 pm

    La verdad que no se qué es peor; si ser vampiro o lobizón. Yo preferiría ser lobizón.

    Me gusta

      mireugen respondido:
      3 febrero, 2023 en 7:59 pm

      Y… no sé, vampiro va para todas las noches, el lobizón solo dos veces por semana, con la luna llena.

      Me gusta

    María Pilar escribió:
    5 febrero, 2023 en 10:14 am

    Espléndido relato. Qué bien lo has contado, Meg, dejándolo en el punto justo, cuando la imaginación del lector ya está encendida y sabe lo que viene después.
    ¡Feliz domingo!

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    Josep Ma Panadés escribió:
    6 febrero, 2023 en 8:53 am

    Las leyendas suelen dar origen a cuentos extraordinarios, como este. Un relato muy bueno que nos obliga a sentir pena por ese desafotunado mortal afectado por una maldición que le obliga a abandonar su hogar para no dañar a quienes ama.
    Un abrazo.

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      mireugen respondido:
      6 febrero, 2023 en 11:01 am

      Gracias, Josep. Quise darle otro punto de vista. Un abrazo

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    JascNet escribió:
    8 febrero, 2023 en 7:05 pm

    ¡Maravilloso!
    Relatado en primera persona nos trasmites de forma muy emotiva todo lo que el protagonista va sintiendo en su cambio. Tanto físico, como emocional. Así como, su relación con el entorno.
    Por un lado, se siente el terror de la conversión; por otro, vamos empatizando con este chico, experimentandolo todo con él.
    Me ha encantado la forma de narrarlo, el ritmo que le has dado al proceso de transformación y como haces que el protagonista vaya aceptando su «maldición».
    ¡Enhorabuena! Un gustazo leerte.
    Un abrazo

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    davidrubios escribió:
    10 febrero, 2023 en 9:43 am

    ¡Hola, Mirna! Jo, desconocía esta leyenda. El relato sobrecoge, no solo por el propio ser, sino porque muestra algo más terrible. El momento en el que el personaje se convence de lo que es, el momento en el que la superstición que creía resultó en una realidad. El justo instante en el que se da cuenta de los actos que irremediablemente cometerá, de los asesinatos y de las víctimas de las que él será responsable y solo puede hacer una cosa: huir, no de sí mismo, sino de sus seres queridos. Fantástico relato. Un abrazo!

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      mireugen respondido:
      10 febrero, 2023 en 11:16 am

      Hola, David! Me alegra mucho que te haya gustado. Siempre que uno escribe sobre un personaje «maligno» corre el riesgo de que prime el rechazo por encima de la comprensión.
      Un abrazo

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