Visitante de sueños

Todas las noches él se prepara cuidadosamente. Tiene un traje especial y unos zapatos muy silenciosos. Abre su placard y saca el traje, es de un material muy blando que al ponérselo lo transforma lentamente en un hacedor de sueños. Lo único que no se desintegra son sus zapatos, ya que son los que le permiten llegar hasta el lugar donde tiene que actuar.

Entra en acción pasada la medianoche, cuando el silencio se hace espeso, tibio y calmo. Tiene todo un repertorio de situaciones que despliega con la pericia de un director de cine. Imagen, color, sonido. Cuando las ondas alfa comienzan cruzar el umbral del cuerpo es su momento. Sube al canal de ondas y se desliza con sus zapatos por ellas como si fuera por una carretera para skaters.

Para esa noche tenía preparado un sueño especial. Se deslizó al interior de esa cabeza y encendió su proyector. Comenzaron a brotar imágenes desordenadas, como hacía siempre, para ir capturando la atención de la durmiente. Cuando tenía su atención comenzó la verdadera proyección. Era ella misma la protagonista del sueño, se la veía escalando una pequeña cima para llegar a un lugar donde estaba ajustado un cable que cruzaba hasta la siguiente cima. Ella ajustaba el arnés y se colgaba en tirolesa para salir volando de un lado al otro. Y en medio del fantástico trayecto, cuando ella se sentía parte del aire, él se aparecía en el otro extremo para que ella lo alcanzara.

Él era el fabricante del sueño. De todos sus sueños. Ese era su trabajo. Pero se había dedicado con tanto esmero a los sueños de ella que había terminado enamorándose. Por eso decidió que la única solución era esa. Hacerla soñar con él. Al menos de esa forma ella lo conocería y poco a poco lo amaría en su esencia escurridiza.

Y ella comenzó a despertar cada mañana con una sonrisa inexplicable. Porque los sueños más profundos no los recordamos, pero nos acompañan y nos modifican. Sobre todo cuando dejan imperceptibles huellas de zapatos sobre la alfombra…