Un nuevo mundo

¡Hola, amigos! Los invito a leer esta historia que nació a partir del reto del mes de El tintero de oro. La propuesta en homenaje a «La metamorfosis» de Kafka (uno de mis autores favoritos) consiste en «escribir un relato donde el protagonista despierte a un mundo o realidad que contenga un aspecto que no acabe de entender». Espero que disfruten la experiencia.

Y pasó que un día me desperté en medio de una jungla espesa y cálida. No sabía dónde estaba, en verdad, solo tenía la visión ocupada por una vegetación blancuzca, por un lado, y más amarronada, por otro. Pensé que no había leído en ningún lado de un lugar así, solo podía relacionarlo con una plantación de esas largas espigas blancas que se veían al costado de las rutas que atravesaban el campo para llegar al mar.

En medio de mis cavilaciones, el piso comenzó a moverse. Ese lugar, no solo era extraño, era peligroso. Me aferré al suelo y noté que tenía unas pequeñas patas con terminaciones peludas, pero eso no era lo más extraño, miré hacia abajo y atrás y encontré seis de esas prolongaciones. Evidentemente estaba soñando y soñar con mirarse la panza no era algo que me emocionara, mucho menos con verse con forma de bicho. ¿Qué sería? ¿Una hormiga? ¿Una cucaracha? ¿Una pulga?

Mis cavilaciones se terminaron cuando una pata gigante con unas pezuñas espeluznantes comenzó a pasar a tan solo unos palmos de mi cara. No había que meditar mucho para darse cuenta de que eso que era un mundo mullido, tibio y peludo, era ni más ni menos que un perro.

¡Qué sueño más extraño! Mi mente a veces me ayuda a sobrellevar situaciones inesperadas, en esta ocasión, me dije que debía pensar en la forma de hacer más interesante, cuando no divertida, la experiencia. Así que comencé a saltar y comprobé que era algo parecido a saltar en una cama elástica. Brincando de aquí para allá logré ver por encima de la mata espesa, pero con mi inquietud solo logré hacer enfurecer más a mi anfitrión. Y de pronto me encontré saltando para esquivar los ataques.

Caminar entre tanto pelaje me producía picazón. Sin embargo, sabía que no debía saltar, así que lo soporté. Tuve que deducir hacia donde estaba la cabeza del animal. Lo hice a partir de la dirección de la rascada y también por el sonido de los ladridos que comenzaron después. Como un beduino en el desierto me dirigí hacia allá, sorteando los obstáculos. Necesitaba ver más que puros pelos lanudos.

No sé con exactitud cuántos días duró mi empresa. Lo que sé es que entendí que la comida era la prioridad y no sé si por el esfuerzo o por aburrimiento, me dediqué a sorber la sangre tibia que obtenía a través del cuero de mi huésped. Cosa rara, hasta ese momento nunca me había preguntado qué comían las pulgas. Y si me hubieran dicho que comía sangre, hubiera respondido que era un error, que esos eran los vampiros. ¿Sería pariente de un vampiro, entonces? No, lo más cercano a un vampiro es un murciélago o un ratón.

¡Vaya que uno comienza a preguntarse cosas que ya se preguntó antes en otro estado! Es como volver a pensar en quiénes son los parientes, los ancestros, de donde viene el apellido y ese tipo de cosas. Entonces reparé en algo que me estremeció. ¿Cuánto duraría la vida de una pulga promedio? Lástima no tener Internet para consultar ese dato. Cualquiera fuera la respuesta, siempre estaba la amenaza de la muerte accidental. Si fuera una pulga, debería obtener un seguro de accidentes personales, para no dejar desamparada a mi prole. Pero, ¿existirá tal cosa en el mundo pulguil?

Entonces reparé en que no había visto otra pulga hasta ese momento. ¿Sería la única pulga en el universo perruno que me había tocado? Otra pregunta existencial que me empujó más hacia la búsqueda de la delantera del perro. Necesitaba ver hacia dónde íbamos, ya que no podía saber de dónde veníamos.

Los días se hacían largos y agobiantes con el calor y la constante actividad. Las noches fueron tranquilas. No me voy a quejar. Mi colchón King size era maravilloso. Pero comencé a tener sueños de pulgas. Soñé con pequineses y ovejeros, con caniches y chihuahuas. Hasta que una noche soñé algo espantoso. Un hombre, bien podría decir que un cazador de pulgas, venía a rociarme con un mortífero spray.

Mi vida no fue lo mismo desde esa noche. Fue como si la idea de la muerte se me hiciera presente sin remedio. Me dije ¿qué voy a legarle al mundo? ¿Terminaré mi existencia siendo apenas un parásito? ¿Habría un más allá para mí, que era apenas más grande que un grano de sal? La tristeza me invadió. Ni siquiera podía pensar en divertirme haciendo enojar al can con mis saltos, porque ya nada tenía sentido.

Recé al cielo de las pulgas que supuse estaba muy cerca del cielo de los perros, o tal vez fuera al revés, y nuestro cielo fuera el infierno de los perros. Ya nada sabía. Quería hacer algo más, pero no sabía qué.

Como si mis plegarias hubieran sido escuchadas, días después llegué a la cabeza de mi mundo perruno. Pude observar adelante el infinito universo que rodeaba a mi perro. Y para mi sorpresa, para mi extasiada visión, vivíamos en un parque de diversiones.

Por allí pude leer un cartel que decía: “El circo de las pulgas”. Todo un mundo lleno de trapecios y toboganes, camas elásticas y pelotas. Entonces, para mi terror, algo me sujetó y me elevó, luego me depositó haciendo equilibrio sobre una cuerda. Hoy, señoras y señores, comienza el show. Los invito a disfrutar la función.

(C) Meg