El pueblo en la botella

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Era un pueblo de gran belleza hasta que un horrible mago lo enfrascó en una botella y lo arrojó al mar.

Desde el mismo momento en que estuvo encerrado, todo el mundo comenzó a sufrir el mismo mal.

Un día cualquiera, por muy hermoso que se viera a través del vidrio, resultaba un horno. El sol del mediodía, dando de pleno sobre la botella, hacía que la gente soportara temperaturas que evaporaban las aguas y producían lluvias artificiales. Eso, se sumaba a las náuseas y los ruidos cavernosos que sabe hacer el estómago cuando está vacío. Todos andaban de mal humor y se peleaban entre ellos. No toleraban el más mínimo roce, ni el más leve sonido. El rugido del agua, allá afuera, mantenía al pueblo acompañado por un run run que completaba el panorama de molestias. Y lo peor era que nadie tenía idea de cómo salir de la maldición del mago.

El asunto es que el aire comenzó a enrarecerse. Algunos, los menos, comenzaron a buscar soluciones. Algunos construyeron una escalera tan alta que llegaba hasta el corcho. Pero al llegar a éste, no lograban sacarlo. Alguien sugirió que debían enfriarlo para que se contrajera y fuera fácil de empujar. Pero por más esfuerzos, no lograron nada. Finalmente, hubo alguien que propuso volar un avión y llegar al corcho para agujerearlo con un taladro.

Se formaron dos bandos, los que querían salir y los que preferían quedarse, porque hay quienes se acostumbran a todo. Los primeros encontraron la forma de sacar el corcho, pero prevaleció la idea de que sin corcho, no tendrían forma de evitar la inundación de las olas.

Con náuseas y hambrientos, los más jóvenes se reunieron una noche estrellada, en la plaza del barrio. Allí deliberaron y llegaron a la conclusión de que algo había que hacer. Al día siguiente comunicaron al resto su decisión de marcharse. Pero para ello debían sacar el corcho y volver a colocarlo. Algunos ingenieros se avocaron a la difícil tarea. Idearon un sacacorchos gigante ubicado en la hélice de un avión. Luego de algunas pruebas, lo pusieron en marcha y lograron su objetivo, dejando el espacio abierto para la salida de unos botes provistos de chalecos salvavidas. Luego de eso lo volverían a su lugar de la misma manera.

Al sacar el corcho, dieron paso a una bocanada de aire puro. Por eso los que se oponían al proyecto consideraron que ya  no hacía falta que nadie se fuera del otro lado. Comenzaron a imaginar un mundo en el que periódicamente se dejara entrar aire sin cambiar nada más. Sin embargo, los que recordaban cómo era vivir “afuera” no se dejaron convencer y continuaron con la tarea de salir.

Los jóvenes salieron, entonces.

Los que quedaron adentro temían lo peor. Estaban seguros de que no volverían a ver a los exploradores. Así pasaron horas, días y semanas. Nada había cambiado en la botella, pero nadie más se atrevía a salir. Imaginaban todo tipo de monstruos marinos y peligros sin igual.

Al cabo de un día tormentoso, cuando el sol volvía a asomar entre las nubes, vieron aproximarse un barco. La gente reaccionó de distintas maneras. Algunos comenzaron a gritar, a empujarse, a correr hacia un lugar seguro. Solo unos pocos se subieron a los botes y esperaron.

Al rato, del barco dispararon un cañón hacia un extremo de la botella, eso hizo que el vidrio comenzara a quebrarse y a caer al mar.

Desde el barco se prepararon a rescatar a los que iban cayendo al agua. El rescate duró largas horas. Primero subieron a los que estaban en los botes. Finalmente llevaron a los que se habían escondido y no querían irse. Pero se aseguraron de que todos y cada uno fuera llevado a bordo, donde estaban los jóvenes rescatistas.

Sin embargo, los que se habían opuesto a salir de la botella seguían enojados. Les molestaba haber perdido la casa embotellada. En el fondo, se habían acostumbrado a vivir malhumorados y con náuseas.

Y al llegar a tierra firme, mientras los demás buscaban un lugar tranquilo y abierto donde construir sus casas, ellos buscaron cuevas y lugares escondidos, donde nadie los “molestara”. Y allí siguieron rumiando su desencanto.

El mago, que observaba cómo había logrado separar a la gente, consideró su tarea terminada. Su magia se había hecho realidad.

 

Meg

05-03-16

8 comentarios sobre “El pueblo en la botella

    Alejandro Gallardo escribió:
    6 marzo, 2016 en 1:31 am

    Quién iba a decir que el horrible mal se trataba filalmente de «eso». Tienes un cuento lleno de imaginación e imágenes que piden a gritos un libro de ilustraciones fantásticas. Un placer volver a leerte.

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      mireugen respondido:
      6 marzo, 2016 en 1:43 pm

      Mil gracias por tu comentario! Es muy reconfortante.
      Abrazos.

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    María Jesús escribió:
    6 marzo, 2016 en 9:43 pm

    Hasta el lugar más idílico puede tornarse en una cárcel. Muy bueno.
    Abrazo!!

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    María escribió:
    7 marzo, 2016 en 9:32 am

    Menuda historia. La verdad es que me has dejado pensando.
    Muy bueno.
    Un abrazo.

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      Sue - escribió:
      7 marzo, 2016 en 5:16 pm

      Es una pena que te hayas pasado de palabras para el concurso, Mirna. Creo que podías haber intentado reducirlo y te hubiera quedado igual de bien. Otra vez, si quieres, te echo un cable para hacerlo.
      ¡Un saludico!

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        mireugen respondido:
        12 marzo, 2016 en 12:37 am

        Muchas gracias Sue. La verdad es que lo reduje bastante, pero no llegué a lo requerido. Y me daba la sensación de que achicarlo más hacía que se perdieran cosas necesarias.

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    Mamen Piriz García escribió:
    31 agosto, 2016 en 9:37 pm

    Precioso cuento es una pena que aveces nos hagan reducir por palabras, si te pasas te eliminan , deberían valorar lo que se escribe. Un abrazo

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      mireugen respondido:
      31 agosto, 2016 en 9:48 pm

      Muchas gracias Mamen. Es cierto. En este caso.me negue a recortarlo. Quizas se hubiera podido. Yo consideré q no. Un abrazo

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