Crónicas urbanas – ¡Atrás, que contagio!

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¡Hola, amigos! Hoy les traigo un tema muy actual que se vive en múltiples cuidades con alta densidad poblacional. Seguramente habrán vivido o visto algo parecido a lo que les contaré.

La pandemia quedó atrás. Dejó como saldo: trabajadores on line, algún que otro hiper respetuoso que sigue usando barbijo en la calle y el dolor por la gente perdida por culpa de unos “murciélagos”.

Pero ahí no quedaron los virus. Como seres resistentes a todo, se dan cita para una panzada cada vez que se juntan dos o más personas. Y el invierno es su estación preferida, porque el frío, en términos de las abuelas, nos baja las defensas y ellos encuentran el resquicio ideal para entrar.

Como pasa en los trenes. Siempre hay lugar para uno más. Si no, vayan a la estación Constitución a las cinco o seis de la tarde y vean cómo la gente se transforma en salvaje, creyendo de esa manera que no quedarán afuera y llegarán temprano a sus casas.

Se matan por entrar, pero… Todo lo que entra, sale, diría, adaptando la máxima de Newton tan conocida que dice que “todo lo que sube, baja”, por efecto de la gravedad. Y la gente de los trenes lo sabe, sabe por experiencia que cuando se abren las puertas, se descomprime la masa compacta que forman los cientos de personas y salen disparadas como si fueran el champán descorchado. Y si lo saben, cabe preguntarse… ¿por qué no les dan lugar para salir? En una especie de lucha de titanes, empujan los que quieren salir, empujan los que quieren entrar y, cada tanto, alguien con poca fuerza o con poca agresividad, es vapuleado de aquí para allá y cae al piso quedando expuesto a los pisotones.

Lo imagino como la proliferación de un virus cuando no hay suficientes glóbulos blancos. Solo falta la vacuna, aunque de tanto en tanto alguna mujer sale “vacunada” entre tanto ajetreo.

El otro día, casi me caigo. Mejor dicho, casi me tiran. Es muy fácil tropezar con otro pie o perder la estabilidad, al ser empujado. Y si el que sale es un niño, se convierte en una historia de terror, ya que la baja estatura lo torna invisible, entonces su acompañante adulto debe comenzar a gritar “¡cuidado que hay un niño!” y algunos, unos pocos, los mejor predispuestos, cuidan el espacio para que pase sano y salvo.

A veces fantaseo con alzar la voz diciendo “¡cuidado que tengo Covid!” o alguna otra cosa contagiosa que pueda poner un poco de espacio entre mí y el gentío desbocado. Pero me temo que ni disfrazándome de virus, me dejarían pasar. Me echarían afuera del tren, sin dudarlo, como si expulsaran un residuo indeseable. Total, que solo soy una más entre tantos seres anónimos de la masa laboral, ¿o de la horda prehistórica?

(C) Meg

Un comentario sobre “Crónicas urbanas – ¡Atrás, que contagio!

    JascNet escribió:
    1 julio, 2024 en 12:08 pm

    Cuanta razón tienes, Meg.

    Para muchos, el COVID es historia o fantasía de nuestras memorias. Se olvidó el espacio vital y ya te estornudan en la misma cara.

    Yo tengo la suerte de vivir en una ciudad pequeña y no tenemos metro, pero el autobús, que encima va bien calentito, no se queda atrás en este tipo de historias, sobre todo, cuando llega el veranito.

    Cuídate y ponte coderas de espinas, al estilo Ben-Hur. 😉

    Un Abrazo.

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