Las paredes no oyen, hablan – Cap. 2
¡Hola, amigos! Hoy les traigo un nuevo capítulo de esta nouvelle. ¿Quién vive detrás de esa pared? Si desean saberlo, los invito a leer.
Martín, el abogado, esa mañana había recorrido los Tribunales, como todos los días. Su especialidad eran los conflictos en los que la parte defendida era particularmente débil, no podía acceder a una defensa provista por grandes estudios jurídicos, y por ende, no llevaba las de ganar. Él se había metido en eso por medio de una Fundación que invitaba a hacer pasantías a alumnos destacados. No le pagaban bien, pero sentía mucha satisfacción y eso de alguna manera le compensaba, aunque por otro lado le complicaba la vida.
A los quince años se había puesto de novio con Rosalía, la hija de un abogado prominente de la Capital que tenía su propio estudio con muchos asociados que lo detestaban obsecuentemente. No podía pensar que su hija se enamorara de alguien que no fuera como él. Como él mismo decía, le iba a encontrar a su hijita uno “igual que papi”. Tenía un amor casi rayano en la idolatría por esa niña y cuando ella le presentó a Martín, viendo que era un buen estudiante, se dedicó desde ese momento a influenciarlo para que estudiara Leyes. Lo había conseguido, no sin esfuerzo. Martín tenía la intención de estudiar Antropología. Se le daban los asuntos humanos, pero desde otro ángulo.
Ahora estaba encaminándose a los Derechos Humanos. No le gustaban el Derecho Penal, ni el Comercial, ni el Administrativo. En realidad, no le gustaba mucho el Derecho. Sus entrevistas a los clientes parecían más una charla de investigación antropológica que una entrevista de un abogado. Pero allí estaba, logrando hacer con esfuerzo lo que mucho esfuerzo le había insumido y por ello, valoraba la profesión, aunque sin la pasión que le otorga la elección libre.
Ese día Rosalía le estaba poniendo un ultimátum.
─Nos casamos en marzo o no nos vemos más.
Esa chica había sido su primera y única novia, desde los quince años. La quería como se quiere a una hermana y una amiga y tal vez un poco más. Al principio, las presiones del padre, que quería mostrarse como un buen consejero, no lo habían molestado. Ahora pretendía incorporarlo a su estudio como socio y le exigía que se volcara a otra rama del Derecho. El Derecho Penal no era para él. No tenía estómago para andar por las cárceles y tratar con los clientes que, cuando decían la verdad, era para hacerlo cómplice de situaciones inadmisibles. Ya había hecho una experiencia, Diego lo había convencido de trabajar en un par de casos, para ir metiéndolo. Lo hizo solo para convencerse de que no lo toleraba y así se lo dijo. Pero el padre de su novia no aceptaba un no por respuesta y le ofreció una paga que lo había puesto a temblar. Tenía que venderse. Esa era la cuestión, simple y dramática. Había estado dándole vueltas al asunto. Había comenzado la carrera de Antropología sin que nadie supiera. Tenía los libros y los cuadernos escondidos de la vista de Rosalía y cada vez que ella le pedía salir en sus horas de cursada, le tenía que poner una excusa. Así que venían mal. Esa actitud la estaba haciendo sospechar que él estaba con otra mujer y así lo había ido a increpar ese día.
─No podemos casarnos todavía. Tengo cosas que arreglar. Aún no logré el aumento en la Fundación.
─Te tenés que olvidar de la Fundación. Nunca te va a dar de comer.
─Pero yo me siento bien trabajando allí.
─No es cuestión de ir a disfrutar de un paseo, es un trabajo, mirame a mí. Yo trabajo como fisioterapeuta en una clínica, me gustaría trabajar con deportistas y, sin embargo, hago rehabilitación para jubilados.
─¿Qué mal te hacen los jubilados? Además, vos elegiste esa carrera.
─Vos también la tuya.
─No es cierto, tu padre me convenció. Me envolvió y cuando quise darme cuenta…
─No te quejes de mi papá. Sabés que te quiere mucho.
─Sí, es cierto, pero te quiere más a vos, lógicamente, y por eso, no duda en presionarme.
─Sos un desagradecido, ¿cuándo tu padre te iba a aconsejar como lo hizo el mío…?
─Mi padre me inculcó la libertad, el tuyo me lleva por el camino contrario. Más que abogado me siento presidiario.
─¿Eso quiere decir que estás conmigo a la fuerza?
─Eso quiere decir que estoy agotado, así me siento.
─¿De nosotros también?
Martín pensó un momento lo que iba a decir. La miró, pensó en su vecina, esa chica desgarbada que cambió las reglas por las artesanías. Las comparó en el aire como se compara un sueño con otro. Decidió que no tenía mucho más que pensar. La ternura que antes existía entre él y Rosalía ya estaba quedando en el olvido. Últimamente todo giraba en torno a su posicionamiento profesional. Se sintió agobiado, sin aire. Un gran peso sobre su espalda lo hizo encorvarse y Rosalía lo miró como si se estuviera por caer. Juntó aire y dijo:
─Se terminó. No quiero que sufras. Yo no puedo seguir.
Fue justo ese el momento en que, del otro lado, estaba escuchando Helena. Martín, con la concentración de los últimos momentos no había escuchado lo que estaba pasando en la pared detrás de la biblioteca. Pero un ruido lo puso ahora en alerta y dejó a Rosalía con la palabra en la boca para dirigirse a la fuente de aquel sonido.
Por instinto corrió el mueble y se encontró con el agujero. Miró hacia el otro lado y vio unos pequeños ojos verdes que lo miraban. Era ella. ¿Qué estaba pasado allí?
─¡Martín! ¿Qué está pasando en tu casa? ─irrumpió Rosalía en medio de su éxtasis.
─Nada, es un problema que tenemos que arreglar con la vecina.
─Dejame ver. Esto es para demandarla, ¡mirá cómo te arruinó la pared! Está loca esa mujer, te rompió toda la casa.
Helena se había asustado y sus ojos brillaban con mayor intensidad, Martín, no llegaba a ver su boca pero la intuía en un gesto de pequeño horror. Alberto le pedía que se separara de la pared, también había escuchado las amenazas de la otra mujer y tenía la intención de dirigirse al departamento vecino.
─No es nada. Después lo hablo con ella ─dijo Martín, sin dejar de mirar la expresión de angustia que le transmitían esos ojos desde el otro lado.
Se dio vuelta, tomó coraje y volvió a la carga con la conversación anterior.
─Esto no va más, Rosalía. No sé qué quiero en este momento. Solo sé que necesito estar solo ─dijo volteando para mirar hacia el agujero, con tan mala suerte que tropezó con los libros de Antropología que fueron a caer delante de su novia.
Helena estaba clavada a la pared. Alberto ya se dirigía a la puerta. Cuando escuchó el ruido del picaporte ella reaccionó y fue a detenerlo.
Rosalía vio los libros y se puso a llorar. Martín trató de consolarla, pero no quiso tocarla para no alentar otra clase de sentimientos en ella. Estaba decidido, aunque cierto miedo le comenzaba a crecer por dentro. Era un cambio inesperado. Era separarse de quien había compartido con él la adolescencia y lo que llevaba de adultez. Habían sido compañeros, cómplices hasta cierto punto, en la aventura de crecer.
Del otro lado, Helena seguía peleando con Alberto. No podía lograr que desistiera. Finalmente se enojó y le pidió que se fuera. A lo que él accedió porque la vio ponerse tan colorada que parecía que iba a explotar.
─Mañana vuelvo y lo arreglo. Tenemos que hablar con el encargado. Si querés yo me ocupo. A las mujeres siempre les venden gato por liebre y al final se te va a romper toda la pared.
─No, gracias, yo me voy a ocupar.
─No, en serio, yo vengo mañana, ahora me voy para que descanses.
─Bueno, hasta mañana ─respondió ella completamente fastidiada.
Cuando se quedó sola en el departamento se acercó al boquete y se puso a mirar. Ya no se oía nada del otro lado.
Martín estaba también apoyado contra la pared. Rosalía se había marchado, llorando. No quiso que él la acompañara, para imprimirle más dramatismo a la escena. Él a veces caía en la trampa, siempre que pasaba algo así, él terminaba cediendo ante algo que no quería, como la vez que lo llevó a una reunión con amigos de su padre, en la que lo presentó como futuro socio.
Ahora, apoyado contra la pared miraba los libros de la biblioteca, mientras pensaba en qué habría causado ese hoyo. Helena suspiró profundamente. Se había librado de Alberto por ese día. Mañana no le contestaría y listo.
(C) Meg