Monstruos americanos – La Umita
¡Hola, amigos! Hoy les traigo este mito convertido en relato. No es de los más terroríficos, pero tiene lo suyo. Espero que les guste, es un monstruo de mi tierra.
Cuenta la leyenda que la “Umita” es una cabeza humana, sin cuerpo, que levita en lugares abandonados, inhóspitos. Tiene una larga cabellera, ojos penetrantes y nariz de bruja. Su llanto es agudo y chillón, es desesperante. Aparece de noche para pedir ayuda, para que se termine su hechizo. Pero, como nadie puede entenderla, resulta imposible. También se dice que quien escuche su secreto quedará mudo para siempre, para no revelarlo.
Jugábamos en el cobertizo donde mis padres tienen cosas viejas junto con comida para los animales, vacunas y otros medicamentos. Éramos tres, Pablo, Lucía y yo, Marina.
Jugar allí, de noche, es bastante audaz, ya que siempre se escuchan ruidos de procedencia dudosa y eso nos pone los pelos de punta. Pero esa era la gracia. Queríamos grabar con el celular de Pablo algo siniestro, para subir a una aplicación de la red.
Pablo es experto en esas cosas, él se la pasa subiendo videítos. Colecciona “likes” como yo colecciono orugas. Claro que lo de él es algo que yo no podría hacer, porque él vive en la ciudad y yo en el campo, con poca tecnología, no tenemos Internet. Mi casa está en las afueras, en donde “el diablo perdió el poncho” como dice mi papá. Pero lo dice en broma, riéndose, porque a él le gusta donde vivimos y, además, le queda bien para su trabajo de veterinario.
Por acá es muy tranquilo, pero hay mucho para hacer con los animales. Y como Pablo y Lucía se aburren en su departamento pequeño, suelen venir a visitarnos los fines de semana. A pesar de que somos primos, ellos no conocen las mismas cosas que nosotros, son de ciudad. Escucharon sobre la luz mala, las almas en pena, el lobizón, las brujas de la salamanca o la terrible “Umita”, pero nunca escucharon a alguien contar sobre eso como algo real, algo posible.
Por eso, cuando vienen, yo les propongo jugar en el cobertizo. Allí se asustan de cualquier ruido. Es muy gracioso ver cómo se les agrandan los ojos ante cualquier sonido. Dirán que me aprovecho de su inocencia, pero solo es un juego.
Y ahí estábamos los tres, subidos al pequeño tractor, pensando en atravesar el campo con un tractor volador, pensando en una nueva película de Star Wars en la que Skywalker descubriera una nueva clase de vehículo con el cual destruir la estrella de la muerte, cuando la vimos. Era una cabeza que se movía hacia arriba y hacia abajo, hacia un lado y otro. Parecía la cabeza de un muppet horrible y siniestro. Sus ojos despedían chispas de fuego, su pelo parecía el que les crece a los muertos, aún estando enterrados en su cajón, su sonrisa, parecía el hueco de la boca de un dementor.
Debo reconocer que ni en mis pesadillas había visto algo tan feo y aterrador. Durante el minuto que duró la visión, no escuché un solo sonido. Mis primos se habían petrificado. Cuando se rompió el hechizo y volteé la cabeza para verlos, ellos estaban atónitos, congelados en una mueca de espanto. Parecía que el mundo había dejado de existir. Todo era oscuridad afuera, todo era silencio. Me di cuenta de que, ni siquiera se escuchaba al perro o a los grillos. Si hasta ese momento estaba asustada, verlos así me encogió el corazón como si hubiera sido mi culpa que esa cosa monstruosa se nos apareciera.
Un minuto más y el silencio era ensordecedor. Un minuto más y me temblaban las piernas, me volaba la cabeza con mil conjeturas y una discusión interna entre lo que podía y no podía ser.
Un minuto más y salimos corriendo hacia la casa gritando “¡la Umita, la Umita!”. Llegamos los tres al mismo tiempo, casi no entrábamos porque nos apretujamos para pasar a la seguridad del interior de la casa.
Un minuto más y vimos entrar por la puerta principal a mi padre, trayendo una marioneta y riendo con toda su panza. Reía casi con hipo, reía como si tuviera nuestra edad y nada le diera más satisfacción que ver nuestras caras aleladas.
“¡La Umita!” repetía… Y nuestras caras le deben haberle hecho entender que no estábamos para bromas, porque detrás de él, algo, allá afuera, seguía moviéndose dentro de los límites de la ventana y nosotros señalábamos ¡allá! y gritábamos con todas nuestras fuerzas ¡Umita! Hasta que él se dio vuelta y enmudeció. Y se acercó a nosotros y nos abrazó con fuerza hasta que la Umita desapareció.
Al día siguiente supimos lo que había pasado. Mi madre nos aseguró que la Umita no existía. Ella había visto los preparativos de papá para asustarnos y había decidido gastarle una broma.
Todavía no decidimos si contarle o no a papá. Él todavía está confundido. Se pregunta qué pudo ser eso que apareció por la ventana. Nosotros nos hacemos los asustados, seguimos insistiendo que fue la Umita.
(C) Meg
4 marzo, 2023 en 8:32 am
Las apariciones del más allá y los fenómenos paranormales suelen ser objeto de burla por parte de quienes no creen en estas manifestaciones (entre ellos, yo, je, je), pero tampoco hay que tomárselo demasiado en broma, pues quién sabe si algún día nos toparemos con algo real, por muy inexplicable que sea.
Muy buen relato, ameno e interesante.
Saludos.
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4 marzo, 2023 en 3:06 pm
Hola, Josep. Debo reconocer que yo tampoco creo en apariciones. Pero hay cosas inexplicables, como bien decís. Espero que no me encuentre con alguna, porque soy bastante asustadiza. jajaja
Un abrazo
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5 marzo, 2023 en 4:38 pm
No está nada mal que el bromista pruebe su misma broma. Yo la haría durar un año, pero luego se lo diría. Más que nada para que se sienta lo menos tonto posible.;)
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5 marzo, 2023 en 6:26 pm
ja, ja, ja! Buena propuesta. Un saludo
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