El aleteo de la mariposa

¡Hola, amigos! La nueva temporada de El tintero de oro viene con todo. Esta vez la cosa va de extraterrestres. David nos propone homenajear a H.G. Wells y su Guerra de los mundos, un clásico de la ciencia ficción que le puso los pelos de punta a los radioescuchas de la emisión radial en vivo, realizada por Orson Welles, de una supuesta invasión alienígena. Todavía parece que escuchara la transmisión inquietante, la música escalofriante y recuerdo imágenes de la película que inmortalizó ese suceso tan singular en el que el límite entre la fantasía y la realidad se borró completamente. Tremendo, reinó el pánico, la angustia, desesperación e histeria colectivas. Desde allí o tal vez antes, no lo sé con exactitud, los extraterrestres han gozado de muy mala prensa. Los imaginamos de mil maneras, sobre todo, les tememos con ese temor a lo desconocido, a lo extraño, a lo diferente. Suponemos que alguien más debe haber en el Universo, calculamos probabilidades, enviamos mensajes de paz, pero no aparecen. Por lo menos no lo hacen abiertamente. ¿Habrá, realmente, seres vivos allá afuera? ¿Habrán ayudado a construir las pirámides de Egipto? ¿Serán inteligentes? ¿Serán más poderosos que nosotros? ¿Serán monstruos o seres casi divinos? Mientras escribo esto, imagino que hay por allí un alien riéndose de nuestras especulaciones. En lo que a mí concierne, prefiero pensar que una civilización que pudiera trasladarse años luz para venir a visitarnos debería ser más inteligente que la humana. Y esa misma inteligencia lo acercaría más a una comprensión de totalidad y equilibrio de la Naturaleza. Pero no les doy más lata, los dejo aquí con este relato, para el que puse algunos dados en el cubilete, a ver qué salía. Espero que les guste.

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─¡Siete! ─exclamó Kas.

─¡Hiciste trampa! Esos dados deben estar cargados ─respondió Orig, enojado.

─¡No! ¿Cómo me decís eso? ¿No confiás en mí, después de tantos años?

─La última vez que confié en vos, el agujero negro N214 casi se traga el sistema de Andrómeda.

─Eso fue un error de cálculo. Yo esperaba un veintiuno y salió un veintidós.

─Nada de cálculo. Sos un tramposo. Cuando querés algo no parás hasta conseguirlo, aunque tengas que mentir.

─¿Para qué querría que desapareciera Andrómeda? ─dijo Kas metiendo la cabeza entre los hombros.

─No sé. No te entiendo. Yo trato de que todo esté en orden y sea previsible, que los seres del universo puedan entender sus leyes y desarrollar sus capacidades. Vos, en cambio, disfrutás del caos. Ya te lo dije muchas veces, con caos, ¡hasta nosotros podríamos desaparecer!

─Sos un exagerado…

─¡Exagerado! ¿No te acordás cuando los criptonianos explotaron? Solo pude salvar a uno enviándolo a la Tierra. ¿Y cuando el emperador Ming quiso invadir la Tierra? Ahí conseguí que Flash, un terrícola, nos salvara. ¿No te viene a la mente cuando las fuerzas imperiales casi logran destruir la República y alrededores?

─Ay, si… Ahora me vas a decir que otro terrícola nos ayudó.

─No. Esa vez no. Pero los terrícolas están siempre alertas, por si pasa algo. Son seres bastante extraños. Se asustan solos. Inventan historias y se las creen, como ese Wells que le hizo creer a todo el mundo que los invadíamos. Por eso están preparados…

─¡Wells! Mi buen amigo, a él le gustaba el caos…

─¡Le gustaba la previsión!

─¿Entonces por qué te preocupás? Además, no te entiendo. Sin un poco de caos, las cosas serían tan aburridas ─dijo dando un largo bostezo.

─Vos no entendés nada. Decime, ahora ¿qué te proponés? Porque para algo quisiste un siete, decime la verdad. ¿Qué te traés entre manos?

─Nada. Nada. Siempre el mismo quisquilloso. Que si es un cinco, que si es un siete, qué más da… Nosotros seguiremos jugando hasta el relevo, pero estoy cansado. Quiero ver fuegos artificiales ─dijo Kas con ojos brillosos.

Orig se levantó de un salto. Corrió hacia la ventana desde donde se veía todo el universo. Observó minuciosamente. Buscaba una anormalidad. Al no encontrarla, volvió a su silla.

─Parece que todo sigue igual.

─Sí, sí. ¿No ves? Sos un alarmista. Una mariposa aleteó sus alas en Kamchatka.

─¿Qué? ¿En Kamchatka? ¡No! ¡Imposible!

─Sí. Todo es posible, hasta que haya mariposas en Kamchatka.

─¿Qué hiciste?

Orig se levantó nuevamente y corrió hacia un pasillo. Lo atravesó y llegó a una habitación con cámaras. Allí ajustó las perillas de localización y la cámara principal mostró la mariposa. Ella volaba sobre un terreno frío, helado. En breves minutos perecería, porque estaba fuera de su hábitat, y eso podría desencadenar una catástrofe. Si caía sobre el pasto helado, la comería un zorro y este contraería una extraña enfermedad que luego se esparciría por la jauría y la sucesión de desgracias no se detendría.

─No hay nada que podamos hacer ─dijo Kas desde la entrada.

─Sí, hay algo ─respondió secamente Orig y se enfundó el traje que usaba para viajar.

Orig entró al traslador, ajustó las coordenadas y en un minuto estuvo en la Tierra, en Kamchatka, a dos pasos de la mariposa. La tomó con cuidado, amorosamente, y la puso dentro de un frasco con ventilación. Esta vez, había logrado evitar un gran desastre. Toda la fauna de la Tierra hubiera desaparecido si esa mariposa caía muerta sobre la superficie.

Pero alguien más contemplaba la escena: una niña que no perdió detalle. Ella vio la aparición de Orig, vio cuando capturó el insecto y cuando volvió a desaparecer. Algo aturdida, pero más emocionada que asustada, corrió a su casa y contó lo que había presenciado. Ese día se inició una secuencia de sucesos…

─No pudiste evitarlo ─dijo Kas complacido, cuando Orig estuvo de vuelta.

─¡Me tendiste una trampa! ¡Querías que yo fuera allí!

─Es que sos tan previsible… ¿Ves para qué te sirve tanto orden? Los demás saben de antemano lo que vas a hacer.

Orig asintió con la cabeza. Estaba confundido. Estaba enojado consigo mismo, pero, a la vez, un poco aliviado.

─Entonces… Un poco de caos de vez en cuando… ¿no le hará daño al universo?

─Un poquito…. ─dijo mostrando un pequeño espacio entre sus dedos índice y pulgar─. Tanto como para que el mundo tenga algunas sorpresas.

─OK. Pero no pensés que te voy a dejar hacer todo lo que quieras.

─¡Ese es mi hermano! ─rio Kas, dándole una palmada en la espalda.

Kas y Orig se volvieron a sentar a la mesa y continuaron jugando. La mariposa, libre ahora, aleteó vivazmente cuando vio una flor sobre la cual posarse.

En la Tierra, la niña contó a todo el mundo que existían los extraterrestres y que eran tan buenos que amaban las mariposas. A partir del día del encuentro, ella dedicaría su vida a probar que su experiencia no había sido un sueño. Ella tuvo la suerte de presenciar la aparición de Orig un par de veces más, aunque no se sabe muy bien si por azar o por determinismo, ya que tuvo la ocurrencia de liberar mariposas para atraer al visitante del exterior. Años después publicaría un libro: El aleteo de la mariposa, a partir de entonces, muchos de sus lectores dejarían de temer a los extraterrestres.

─¿Viste Orig? Ahora comienzan a comprendernos.

(C) Meg