Un lugar en la mesa
¡Hola! Este relato participa de la convocatoria de El tintero de oro de David Rubios, en honor a la obra Rebeca, de Daphne Du Maurier. La propuesta fue:
«La historia deberá girar en torno a un personaje que no aparezca físicamente en el relato. «
Sin más preámbulos, los dejo con el relato.
─Ven, cariño. Ayúdame a poner la mesa.
─Claro, tía. ¿Cuántos platos pongo? ─respondió Carmen.
─Seremos seis: vos, yo, los tres niños y tu tío.
La niña la miró con extrañeza, pero obedeció. Sus once años no le permitían poner en tela de juicio algunas ideas de los mayores, y menos las de su tía, a quien quería con el alma. Esa mujer era una muestra de fortaleza. Desde que su marido se marchó a la guerra, sostenía la férrea convicción de que, cualquier día, él entraría por la puerta, como hacía siempre, dejando el piso manchado con el barro de la entrada y apoyando su chaqueta sobre la máquina de coser de su mujer.
Al terminar el almuerzo, las mujeres levantaron los platos sucios. Allí se inició una breve discusión sobre quién debía ir por las uvas que se encontraban en la heladera del cobertizo. Los niños no querían levantarse. Se negaban a cualquier colaboración.
─Tu padre te daría un buen tirón de orejas ─protestó la madre.
─Pero papá no está ─dijo el mayor, con tono insolente.
─Pero ya va a volver ─respondió ella. Y el niño salió a regañadientes a cumplir la tarea.
Los días de Carmen se sucedían con la molicie y la lentitud de unas vacaciones familiares. En las mañanas se limpiaba la casa y se preparaban conservas. Las siestas se pasaban a la sombra de los sauces que columpiaban sus cabellos sobre el río. Pero las noches eran lentas, tan lentas como el croar de los sapos, porque la tía tejía una bufanda para cuando volviera el marido.
─¡Niño! Deja esas herramientas, que a tu padre no le gusta que jueguen con ellas.
─No, Don Jacinto. No puedo prestarle el tractor. Mi marido en cualquier momento lo va a necesitar.
─Hijo, ve a buscar algo de grasa para pasarle a las botas de tu padre.
Los niños, casi adolescentes, obedecían con pereza. Ya hacía más de dos años que el padre había partido a la guerra. Y, a medida que pasaba el tiempo, y aumentaba la ausencia, se sentían con más derechos a dar uso a las cosas de su padre.
Carmen entró al baño y quiso mirarse al espejo, se había hecho una trenza y quería ver cómo le había quedado. Tomó el banco que su tío usaba para alcanzar las partes altas de la alacena.
─¡No, niña! A ver si lo rompes. ¿Qué le diremos a tu tío? No sabes cómo se pone cuando le desacomodan sus cosas.
Y la niña volvió a colocar el banco en su lugar, un rincón de la cocina.
Los hijos ya mostraban una incipiente barba. Pero nada podía convencer a la tía de que les dejara usar la navaja del padre para rasurarse.
La ropa del marido seguía colgada en el ropero, se lavaba todas las semanas. Los zapatos de domingo se lustraban igual y la pipa se limpiaba como si alguien la usara.
Los niños no aceptaban de buen grado los límites que imponía la madre. De vez en cuando se escapaban, saltaban la tranquera y aparecían horas después con alguna rodilla pelada y un rasguño en la cara o los brazos.
─¡Tu padre va a saber esto cuando vuelva! ─amenazaba la mujer.
Y los niños miraban con pena a su madre, como si estuviera pendiente de un fantasma. Ella no lloraba, no se quejaba, no comentaba qué pasaría si su marido no volvía. La comida no escaseaba, porque ellos mismos se proveían de todo en su pequeña granja. La mujer y los niños iban todos los viernes al mercado del pueblo a intercambiar víveres por lo que necesitaban. Pero un espeso silencio se abría paso cada vez que alguno mencionaba al padre. Solo la madre podía invocar su nombre, solo ella disponía de su presencia cuando hacía falta. Y cada vez era más necesario. Los niños lo necesitaban. Ella lo necesitaba.
Carmen, curiosa como era, espiaba a su tía. Había notado que todas las tardes cuando la mujer decía que dormía la siesta, se sentaba al borde de su cama con la caja de caracoles que tenía sobre la cómoda, acomodada sobre la falda. En un momento en que la tía se distrajo, la niña entró al cuarto y abrió el objeto. Allí había un papel. Era un telegrama muy escueto, directo, preciso y doloroso fechado un año atrás: “Lamentamos informarle que el cabo primero José Almafuerte murió en cumplimiento del deber el día…”
La niña cerró la caja. Una enorme pena le cambió el brillo de los ojos. Pensó en sus primos, ahora huérfanos de padre. Una especie de espíritu se metió en su alma. Dejó todo en su lugar para que no se notara su intromisión en ese lugar privado. Como si ella misma se hubiera convertido en fantasma salió en puntas de pie y cerró la puerta con cuidado. Fue hasta la cocina, donde se encontraba su tía preparando el almuerzo.
─Ven, cariño, ayúdame a poner la mesa.
─Claro, tía. Pongo seis platos. ─respondió Carmen.
─Si, mi amor. Siempre seremos seis.
Y el silencio.
(C) Meg
11 diciembre, 2020 en 1:18 am
Hola Mirna, excelente historia. Esa negación ¿lo es? o ¿ se trata de de una defensa para seguir llevando la familia adelante y crear la autoridad en un fantasma? Sea como fuere, es una historia muy conmovedora, y muy bien desarrollada.
Felicitaciones. Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 2:55 am
Hola, Juana. Has dado en el clavo. Justamente esa negación es funcional a la madre para sostener la autoridad de la figura paterna. Pero no deja de ser una negación.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo
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15 diciembre, 2020 en 4:53 am
Hola, Mirna: Tu relato es muy emotivo. Hay una creación muy profesionalde un personaje que sostiene la vida de un muerto y organiza la suya y la de la familia sobre la falsa ilusión de su regreso. Muy logrado. Excelente escritura.
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15 diciembre, 2020 en 11:56 pm
Muchas gracias, Beba! Es muy alentador lo que me dices. Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 9:08 am
Buenos días Mirna.
A medida que iba leyendo tu sensible relato, entendía a la madre-tía-esposa-viuda. Hiciste que me pusiera en su lugar, por la empatía que irradia, haciendo que en la vida cotidiana y familiar, siempre hubiera un hueco funcional y emocional para el ausente, presente.
Enhorabuena, Mirna. Buen trabajo.
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11 diciembre, 2020 en 11:16 am
Muchas gracias, Isabel, tus palabras son muy alentadoras. Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 1:22 pm
Hola Mirna,
Como dice Isabel es inevitable empatizar con la protagonista, con esa esperanza que le permite sostener su familia durante la ausencia, una especie de liturgia cotidiana que le ha ayudado a domesticar la soledad, incluso cuando después tiene la certeza de que no volverá. Sensible y entrañable tu relato. ¡Enhorabuena!
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11 diciembre, 2020 en 4:19 pm
Muchas gracias, Matilde. La verdad es que no esperaba que produjera esta reacción. La protagonista en algún punto no reconoce la verdad. Al parecer, por un bien mayor.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 1:31 pm
Esa tozuda pero hermosa negación de la verdad y que es el hilo conductor de tu relato es verdadermente fantástica. Más allá del «tempo» tan armónico que usas en la narración, la protagonista se convierte en algo próximo y querido por ese empeño de sacar su familia adelante.
Me ha encantado!
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11 diciembre, 2020 en 4:23 pm
Gracias, Baile!!!! Agradezco mucho tu comentario. La protagonista tiene una fuerza interna que la mueve a todo lo que hace. Siempre, esforzarse por los que uno ama, da sus frutos.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 2:46 pm
Hola, Mirna. También a mí me ha gustado mucho tu relato. Muy conmovedora esa ausencia y el modo que tiene la familia de enfrentarla. Muy dulce también la forma de narrarla. Felicidades y mucha suerte en el Tintero.
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11 diciembre, 2020 en 4:24 pm
Muchas gracias, Marta. Me alegra que te haya gustado. La verdad tenía mis dudas sobre el relato. Pero me han hecho ver que tiene algunas bondades.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 4:03 pm
Hola Mirna, he disfrutado de tu relato, has conseguido con facilidad que empatice con esa madre de marido ausente, cuya autoridad perdura como un fantasma sostenido por las palabras de ella.
Suerte en el Tintero de Oro.
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11 diciembre, 2020 en 4:26 pm
Muchas gracias, Carles. Me alegra que te haya gustado y una alegría que pases por Isla…
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 4:18 pm
Un delicado y entrañable relato que nos narra en voz baja la tragedia que subyace en el seno de una familia cuya ausencia paterna marca el desarrollo de la trama.
También me ha gustado su mensaje: el amor incondicional de una madre todo lo puede, incluso devolverle la «vida» a quien ya ha muerto, y evitar, así, el sufrimiento de sus hijos.
Te felicito por hacernos partícipes de tan bello relato.
Un abrazo y mucha suerte.
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11 diciembre, 2020 en 4:30 pm
Hola, Estrella! Muchas gracias. Yo pensé que el personaje de la madre iba a generar alguna controversia por la negación de la realidad que sostiene. Pero me he equivocado. En este caso el fin supera al medio.
Un abrazo
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14 diciembre, 2020 en 11:17 pm
Una mujer manteniendo vivo el recuerdo del hombre de la casa, y de alguna manera haciendo diciendo lo que sabía haría él. Hermoso y emotivo, Mirna. Lo has dotado de vida propia.
Felicidades, y suerte en el concurso.
Besos!
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14 diciembre, 2020 en 11:27 pm
Muchas gracias, Mila. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 4:18 pm
Gracias, Mirna, por participar con este relato en la edición del concurso dedicada a Daphne du Maurier y su Rebeca. Un abrazo y suerte!!
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11 diciembre, 2020 en 4:31 pm
Gracias a vos. David. Por darnos el pie a seguir imaginando.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 6:09 pm
Hola, Mirna. Como siempre se ha dicho, nadie se muere del todo mientras que sea recordado por sus seres queridos. Y esta idea queda muy bien reflejada en tu relato, donde la señora protagonista se aferra al recuerdo de su marido, en gran medida como autoprotección. Muy buen trabajo. Mucha suerte y un abrazo.
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11 diciembre, 2020 en 7:12 pm
Hola, Beri. Muchas gracias. La presencia de alguien se perpetúa con la memoria, con actitudes, con espacios. En este caso, la mujer hace presente a su marido con la palabra y con acciones. Un poco por necesidad de sus hijos y quizás por propia.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 6:44 pm
Una historia conmovedora, Mirna. Ese empeño en seguir adelante con fortaleza, dejando al ausente un lugar permanente en la memoria de la familia. Los detalles del respeto y cuidado de sus pertenencias, y el simbolismo que representa ese lugar en la mesa, me han gustado mucho. Suerte.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 7:13 pm
Muchas gracias, Carmen. El respeto por la figura de quien se espera sea una guía para los hijos y para sí misma tal vez.
Un abrazo
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11 diciembre, 2020 en 7:09 pm
Hola, Mirna. Una mujer que se tiene que echar a la espalda a la familia y se apoya en su marido ausente para que le dé fuerza aun a sabiendas de que ha fallecido. Lo sabe pero lo mantiene vivo y eso le da la fuerza que necesita. Entrañable relato que hace homenaje a tantas mujeres que pasan por esa situación. Me ha gustado.
Un abrazo.
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11 diciembre, 2020 en 7:14 pm
Gracias, Isan. Es cierto que los hijos reciben al padre por sí mismo y por el padre de la madre. En este caso, esta mujer encuentra fortaleza en la memoria hecha presente de su marido.
Un abrazo
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12 diciembre, 2020 en 10:24 am
Qué precioso relato, Mirna, y qué triste. A veces la única forma de enfrentarse al horror de la pérdida es ignorarla. El tener que disimular delante de los hijos, ayuda a no dejarse vencer y a mantener el tipo.
Mucha suerte en el concurso.
Un beso.
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12 diciembre, 2020 en 12:15 pm
Muchas gracias, Rosa. A veces mostrarse fuerte es difícil y cada quien tiene su forma de hacerlo y de enfrentar las pérdidas. No sabemos qué hubiera pasado si decía la verdad. Son decisiones personales.
Un abrazo
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12 diciembre, 2020 en 10:06 pm
Un historia muy bellamente contada, que ciertamente hace que uno sienta simpatia y compasion por la mujer y carmen, su sobrina. Y la verdad estas situaciones a veces pasan.
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12 diciembre, 2020 en 10:31 pm
Muchas gracias, Hugo. Me alegra que la historia transmitiera algunos sentimientos. Son historias que pasan, como vos decís.
Un abrazo
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13 diciembre, 2020 en 7:56 pm
Preciosa y emotiva historia. Qué difícil se nos hacen las ausencias de los que amamos y reconocer que nunca volverán, y nuestros silencios serán para siempre interminables y nuestra soledad permanente.
Enhorabuena.
Un abrazo.
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13 diciembre, 2020 en 9:17 pm
Muchas gracias, Francisco. Las ausencias se instalan entre nosotros de alguna manera, en los silencios o en las palabras. Siempre están.
Un abrazo
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13 diciembre, 2020 en 10:08 pm
Una historia dramática que se aferra a los objetos como sagrados recuerdos.Se entiendo perfectamente la complicidad y el buen gusto. Saludos Mirna y suerte 🖐
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13 diciembre, 2020 en 10:33 pm
Muchas gracias JM por tu apreciación. Un abrazo
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14 diciembre, 2020 en 7:58 am
Sí es lo que querías dar a entender en tu historia lo has conseguido plenamente 🖐🏻
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15 diciembre, 2020 en 12:18 am
Hola! Te ha salido un relato muy dulce. A veces la negación es un mecanismo que nos permite seguir con nuestras vidas. Quizás no es lo más saludable pero es entendible. El relato se lee sin dificultad y es muy emotivo. Saludos!
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15 diciembre, 2020 en 12:23 am
Muchas gracias, Ana! La negación no es lo más saludable. Sin embargo, existe y aparece en muchos momentos de la vida. En este caso, no sé si la actitud de la protagonista fue lo más acertado. Pero fue su forma de enfrentar la ausencia.
Un abrazo
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15 diciembre, 2020 en 10:45 am
Hola, Mirna. Una notable historia donde has sabido reflejar con gran acierto como la madre trata de mantener vivo el recuerdo de su marido, tratando de convencerse a sí misma, o quizás ya convencida, de que algún día regresará, ignorando la traumática realidad que se nos revela al final, aunque ya se venía sospechando.
Mucha Suerte en El Tintero. Un abrazo.
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15 diciembre, 2020 en 11:58 pm
Hola, Paco. Hay una línea delgada que transita la protagonista. No sabemos si es ella que no acepta la muerte del marido o solo hace uso de un recurso para que su familia no se vea afectada. Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo
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15 diciembre, 2020 en 2:55 pm
Menudo escenario has escogido para desarrollar la trama. Conmovedora historia y genial personaje que lucha contra viento y marea por lo que ama.
Mucha suerte en el concurso.
Un saludo.
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15 diciembre, 2020 en 11:59 pm
Muchas gracias, Yessy. Sí, espero haber reflejado la fuerza interna de esa mujer. Un abrazo
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16 diciembre, 2020 en 2:52 pm
El corto diálogo del principio, que se repite al final, le credibilidad al relato, hace que se vea de forma muy diferente. al comenzar tiendes a pensar que la madre es una pobre desgraciada que no acepta una realidad. Al acabar, te hace pensar en lo realmente fuerte que debe esa madre para mantener ese talante duro pero conmovedor a la vez, y la complicidad de su sobrina que acepta de forma intrínseca reaccionar igual que ella, juega un papel muy importante en ese final. Lo demás ya está analizado en los otros comentarios.
Muy buena redacción y mejor historia.
Dos besos amiga.
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16 diciembre, 2020 en 6:39 pm
Muchas gracias, Carla. Me gusta eso que dices del cambio que se observa en el carácter de la madre. Muchas gracias por tu comentario.
Abrazo
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16 diciembre, 2020 en 4:35 pm
Hola Mirna. Veo que la temática en general de los relatos presentados es triste y nostálgica, transmitiendo cierta pena, quizás sean los tiempos que corren. En cualquier caso has sabido plasmar muy a espera tensa por el marido que regresará, o no, del frente, y como su recuerdo permanece en la familia aún cuando este se ha ido. Enhorabuena y mucha suerte.
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16 diciembre, 2020 en 6:40 pm
Hola, Jorge. Es que un personaje ausente ya de por sí nos mueve hacia una falta, las más de las veces nostálgica. Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo
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16 diciembre, 2020 en 6:04 pm
Enhorabuena, Mirna, me ha gustado mucho tu propuesta, con ese ritmo pausado, con esa atmósfera de tristeza y autoengaño. Y silencio. Gracias por compartir tan bello relato.
Te deseo mucha suerte en «El Tintero» y te envío un fuerte abrazo, compañera.
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16 diciembre, 2020 en 6:42 pm
Hola, Patxi. Me alegra mucho que te haya gustado. El silencio es un cómplice de muchas cosas que pasan, ¿no? Te mando un abrazo
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17 diciembre, 2020 en 9:55 am
La viuda que se niega a aceptar la realidad y vive en una nube que comparte con el resto de la familia. Una historia llena de ternura narrada por boca de una niña inocente pero no exenta de inteligencia y curiosidad.
Me ha necantado, MIrna.
Un abrazo.
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17 diciembre, 2020 en 10:47 pm
Muchas gracias, Josep. Me alegra que te haya gustado. Es un placer. Un abrazo
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17 diciembre, 2020 en 2:03 pm
Buenas, pues a mí me ha gustado, porque el amor de esa mujer va más allá de todo. La esperanza es lo último que se pierde, Buen relato y suerte en el concurso.
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17 diciembre, 2020 en 10:42 pm
Muchas gracias, RRmisterio. Me alegra que pases por Isla. Saludos
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17 diciembre, 2020 en 7:12 pm
Qué gran relato! La madre espera al marido tejiendo una bufanda. La eterna espera. El síndrome de Penélope esperando a Ulises. Me encanta cómo lo has ido construyendo con la fuerza del personaje de la madre en su postura negativa y así mantener la estructura familiar. Hay frases que ralentizan el tiempo, como si marcasen el muro que no se ha de pasar: «Las noches eran tan lentas.» «…un espeso silencio se abría paso cada vez que alguno mencionaba al padre.» Pero también hay señales que ella se niega a ver: «Los hijos ya mostraban una incipiente barba».
El sorprendente final denota la habilidad de la escritora, la lectura cobra otra dimensión.
¡Muy bueno, sí señor!
¡Felicidades y suerte en el tintero, Mirna!
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17 diciembre, 2020 en 10:50 pm
Qué puedo decirte. Te agradezco muchísimo esta buena crítica. Y me alegra que David nos siga poniendo retos. Porque lo que yo he leído de los participantes, me ha parecido de muy buen nivel y eso hace que uno se esfuerce todo lo posible.
Un abrazo
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17 diciembre, 2020 en 10:36 pm
Estimada Mirna, lo primero agradecer tu comentario, esta vez no he contestado en el blog así que aperovecho esta visita para hacerlo. De una forma sencialla y con esa palabra crisatlina brilla esa ausencia y a su vez esa dependencia, no querer dejar libre la no presencia. Es una historai que da pensar, aferrarse al pasado, la ha tenido que vivir tanta gente, sobre todo familias que han perdido a alguien en la guerra. Gracias compañera. Un abrazo grande.
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17 diciembre, 2020 en 10:54 pm
Muchas gracias, Eme por pasarte por Isla. La realidad de una guerra debe ser desgarradora. Tal vez en eso no tengo mucho para decir. Pero las ausencias pertenecen a muchas realidades y son eso, ausencias a las que se responde de distintas maneras, mejor, peor, realísticamente, locamente. En fin.
Un abrazo para vos
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17 diciembre, 2020 en 10:41 pm
Ay dios ¡¡¡cuántas faltas de ortografía!!!! escribí tan rápido que no veía ni lo que ponía, Me salieron nuevas palabras: sencialla por sencilla, crisatlina, por cristalina, historiai, por historia. Joooo, me voy a cambiar de gafas jeejejeje.
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17 diciembre, 2020 en 10:55 pm
jajajaja no te preocupes, el cerebro se saltea los errores para entender.
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18 diciembre, 2020 en 3:51 am
Magnífica estructura de un relato que evoca numerosas lecturas. Es un mérito considerable. Gracias. Un abrazo y salud
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18 diciembre, 2020 en 11:50 am
Muchas gracias, Javier. Saludos
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18 diciembre, 2020 en 1:52 pm
Hola Mirna. Qué triste historia nos traes. Y cuánta verdades guarda. La ausencia del personaje se palpa en cada uno de los párrafos, acompañándonos en el día a día de esta familia. Son muchos los que se pueden ver reflejados en esta tragedia fruto de la guerra. Muchos los que necesitan dejar de lado una carta fechada años atrás.
Un saludo y mucha suerte.
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18 diciembre, 2020 en 8:44 pm
Muchas gracias, Bruno. Me gusta tu reflexión. Muchos necesitan dejar de lado una carta, aunque no sea una carta real.
Un abrazo
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20 diciembre, 2020 en 7:27 pm
Precioso Mirna, un relato entrañable que refleja muy bien la psicología de quien se niega a aceptar la pérdida de un ser querido, especialmente cuando se trata de la guerra. Un abrazo compañera
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20 diciembre, 2020 en 7:34 pm
Muchas gracias, Araceli. Es una forma de encarar la vida, sobre todo era muy común en otra época. Un abrazo
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22 diciembre, 2020 en 5:15 pm
Un relato precioso, Mirna. Qué duro aferrarse a una mentira sabiendo la verdad. Mucha suerte en el Tintero. Un abrazo.
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22 diciembre, 2020 en 9:49 pm
Muchas gracias, Beatriz. Se requiere mucha fortaleza para afrontar sola la vida al frente de una familia.
Un abrazo
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