Enamorados del bosque

El bosque de Hoia-Baciu siempre fue un lugar temido. No solo por el miedo que infunden las caprichosas formas de sus árboles y el hielo que se instala en tu interior cuando ves que haces azules de luz lo atraviesan, sino por algo más profundo.

Para entender eso, debemos saber dónde queda, porque ese sitio tiene una historia que habla por sí sola. Hoia-Baciu está ubicado en Rumania. Hasta allí nada nos podría extrañar. Pero está en una región que tiene su propia fama: Transilvania. Y ya sabemos quién era originario de ese lugar.

Ajenos a las historias de vampiros, vivía por allí una pareja de enamorados que no podía consumar su unión debido a que provenían de familias enfrentadas por una rivalidad legendaria. Se sabían condenados como Romeo y Julieta, pero lograron vencer algunos de los obstáculos que los separaban, gracias a la existencia de este bosque.

Su amor se sentía en cada árbol, cada, hoja, cada insecto y cada haz de luna. Cuando ellos se internaban en el bosque para encontrarse, este parecía cobrar vida, proporcionarles el lugar perfecto para sus encuentros y podría haber sido así por mucho tiempo.

El bosque guardaba ese amor prohibido como si fuera uno más de sus secretos. Porque allí habitaban seres de otro mundo y esos seres tenían sus propias reglas.

¿Por qué la unión entre estos dos, a quienes llamaremos Jenica y Costel, finalmente no se consumó? Pues porque lo sobrenatural, como dijimos, tiene sus propias reglas. Tal vez se interpuso un descendiente de Drácula, tal vez un hermano suspicaz, no lo sabemos, solo sabemos que una noche en la que ellos se iban a encontrar allí, fueron sorprendidos.

Y como ocurre con los enamorados, pelearon con fiereza por lo que amaban. Fue tal la lucha que dieron que una parte del bosque se abrió para permitirles defenderse. Pero no tuvieron éxito. Un cuchillo amenazó el cuello de Jenica y Costel tuvo que arrojar su arma. Sus manos se aferraban como cadenas para no ser separados. Los tironeaban de ambos lados, era terrible el dolor. Si hubieran sido más débiles, se hubieran soltado. Pero no. Era tal la fuerza que ejercían que sus músculos estaban tensos, cada vez más tensos, más tirantes, más duros.

Poco a poco, todo en sus cuerpos se volvió rígido, inseparable. Los atacantes no entendían qué estaba pasando. El bosque sí. Porque ese espíritu de la foresta decidió intervenir, convirtiéndolos en árboles que quedaron allí, en forma permanente, para honrar su noble sentimiento.

Luego de completarse la transformación, nadie se atrevió a tocarlos. Alguien comentó que deberían hachar al muchacho, pero alguien más se condolió de él y lo dejaron allí, sosteniendo a su amada.

Cuando alguien entra al bosque de Hoia-Baciu, no puede evitar verlos allí unidos, petrificados. Se dice que quien toca esos árboles recibe parte del espíritu que vuelve eterno lo fugaz. Pero también se dice que no hay que tocarlos, porque dentro de esos árboles, hay dos amantes muertos en vida.

(C) Meg