Muertes curiosas – Por un pelito
El boticario del pueblo se la pasaba ensayando combinaciones de sustancias para diversos fines. El que todos conocían era el obvio: curar enfermedades. El oculto: lograr un tónico para combatir la calvicie.
Y no es que Don Tobías fuera calvo. Solo que había descubierto por casualidad que una de sus mezclas le había hecho crecer el pelo a su hámster. El bicho melenudo había sido una revelación para él, quien guardó el secreto como si fuera oro. Desde ese momento, el boticario ensayó múltiples recetas, logrando alternativamente distintos efectos, entre ellos, unos dientes de tamaño diente de sable que convertían al roedor en un empedernido devorador de muebles.
Ni la Asociación Protectora de Animales, ni la Policía sabían de sus trucos. Él protegía el secreto con su vida. Pero ocurrió que un niño del barrio vio al hámster y comenzó a contar a todo el mundo que Don Tobías fabricaba animales monstruosos como Frankenstein, pero peludos.
Nadie dio crédito al niño, hasta que este tomó una foto del monstruo con el celular y la subió a las redes sociales. El juez del pueblo intervino, entonces, de oficio. Fue muy enérgico al defender los derechos de ese pequeño roedor. Citó a Don Tobías y le dirigió una tremenda reprimenda. Don Tobías escuchó con la cabeza gacha, como correspondía a alguien verdaderamente avergonzado. Pero cuando el juez interrogó al boticario, este pidió que se le permitiera explicar la situación, hablándole al oído. El juez escuchó toda la historia y al final, algo confundido, preguntó:
─¿Es cierto que usted puede hacer que me crezca de nuevo el flequillo?
Una semana después, el juez fallecía víctima de una extraña enfermedad que le produjo asfixia. Un grupo de policías siguió el rastro hasta la farmacia, de donde provenía el extraño frasco que se encontraba en la mesa de noche del magistrado. Persiguieron a Don Tobías por la ruta, pero lo perdieron en una curva y, al final, desistieron de seguirlo, por falta de combustible. Al parecer, el hombre en fuga había logrado cruzar la frontera y nadie más en el pueblo volvió a saber de él.
Don Tobías se refugió en un país vecino, donde no lo conocían ni tampoco recibían las noticias policiales del otro lado. No volvió a abrir una farmacia. En eso fue muy prudente. En cambio, se instaló en una casa a fabricar su tónico en forma masiva. Lo único que cambió fue que en la etiqueta del frasco puso en letras muy grandes: TONICO PARA EL CABELLO. NO BEBER.
© Meg