Secretos desde la trinchera – III
Mi madre seguía en lo suyo. Desde que se había recogido el cabello en un tocado con un pañuelo, nada la apartaba de su misión, sobre todo ahora que había reunido coraje para revolver las cosas de sus padres. Sin embargo, mi grito la desconcentró.
─¿A quién encontramos? ─preguntó mi mamá.
─¡A Víctor! El abuelo era pintor. ¡Él era Víctor!
De inmediato nos abocamos a la tarea de apreciar todas las pinturas. Sus trazos, sus pinceladas, su paleta, todo hacía creer que la realidad se prolongaba en esos lienzos. Eran pinturas hermosas y estremecedoras, por los sentimientos que inspiraban, unas por el amor, otras por el horror.
─¿Por qué el abuelo no querría que supiéramos? ─pregunté a viva voz.
─No lo sé. Quizás no le gustaran estas obras. En tantos años nunca me contaron nada… ─decía en tono de reproche.
─Ni siquiera nos contó sobre las que están afuera.
Volví a leer la carta y a preguntarme el porqué del seudónimo. Pensé en la carta, en la guerra. Solo se me ocurrió que, cuando la vida te somete a duras pruebas, un nombre que denote fuerza puede ser una forma de darse valor. El abuelo estuvo en la segunda guerra mundial, pero nunca contó nada sobre ella. Como su carácter era reservado, no se me ocurrió pensar que podía ocultar algo oscuro o personalmente doloroso. Esos pensamientos que tenemos cuando somos niños comienzan a mutar en otras conjeturas cuando crecemos. Ahora, podría pensar que su reserva tenía que ver con algún misterio o momento de gran dolor en su experiencia bélica.
Volví a mirar los cuadros. Eran espléndidos. El cuarto, las cosas, la luz, todo hacía pensar que allí no se habían terminado los secretos.
Sobre la mesa del rincón, estaba mi respuesta: otro sobre a mi nombre. Lo abrí, ahora contenía una carta y reconocí, para mi sorpresa, la letra de mi abuelo. Me emocionó pensar que él había pensado en mí como destinataria. Podría haber elegido a mi madre, pero no, era yo quien recibía esas últimas palabras.
Cuando somos jóvenes creemos que el mundo está a nuestros pies. Sentimos que tenemos todo lo necesario para dominarlo y disfrutarlo. No pensamos en el mañana. Nos enfrentamos a él cada día con la ligereza de quien no le teme a la muerte. Hoy ya no estoy a tiempo para corregir mis errores de juventud. Y fueron muchos. No voy a aburrirte con los aciertos y desaciertos de mi vida. Solo quiero que sepas que, a veces, hacemos cosas por quien no lo merece, aunque los motivos lo justifiquen, y eso nos hace parte de algo que luego pagamos con arrepentimiento.
Aquí, en mi taller, está la prueba de uno de mis errores. No sé si el más grande, solo sé que fue el más difícil de sobrellevar. Tu abuela sabía de mis desaciertos y, aun así, me amaba. Ella podía ver mis intenciones, no mis acciones.
Durante la guerra, fui doble agente. Desde París ayudé a la resistencia y también a la SS. Una de las misiones fue incautar un cargamento de oro que transportaban los alemanes. Lo llevaban hacia Sudamérica. Solo tuve que falsificar algunos documentos y sobornar a un maquinista de tren. Dicho así, parece muy fácil. Pero no lo fue. Tu abuela me daba fuerzas para no flaquear. Parte de ese botín lo llevaron los aliados. No sé qué hicieron con todo ese oro, solo sé que no era de ellos, tampoco.
Ahora estarás pensando que obré mal. Pensé que ya no había forma de encontrar a los verdaderos dueños, así que, sin importar quien lo tuviera sería igual de injusto. Por eso guardé parte de él, con la esperanza de algún día entregárselo a alguien que lo necesitara. Alguna vez pensé en usarlo, pero no pude, me sentía un usurpador y, además, tenía miedo de las sospechas que podría despertar ese enriquecimiento súbito. No podía llamar la atención. No podía poner a nuestra familia como blanco de investigaciones o venganzas.
Así que, ahora, como nuestra heredera, te queda la responsabilidad de disponer de este legado de nula honra, pero confío en que tendrás la sabiduría para darle el buen uso que merece. Lo único que te voy a pedir es que no le cuentes a tu madre. Ella no podría entender.
Tu abuelo que te quiere mucho.
Juan
14 marzo, 2020 en 9:51 am
Ahora vas y nos introduces en una historia de intriga, je,je. Espionaje, usurpación, soborno, alteración de documentos, guerra, etc.
Pero de toda esta historia actual, lo que considero más difícil es mantener el secreto a su madre, que está metida en esa búsqueda.
Sigues manteniendo el suspense. La cosa promete.
Un abrazo.
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