Si solo la luna…

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Él vivía en la Luna, pero cuando digo  “en la Luna” no me refiero a que vivía “en Bavia”… Vivía en la “Luna”. Silus era uno de esos colonizadores científicos que se habían tenido que acostumbrar a la falta de gravedad. Todos en la Luna tienen un serio problema con la gravedad. Nadie anda con los pies en la Luna. Siempre tienen que usar magnetos, cadena o soga que los sujete. En la Luna se idearon unos caminos especiales que son como cintas y que tienen un magneto para zapatos con base metálica, especiales para eso. Pero saliendo de las calles principales, la cosa es de lo más antigua, por eso las cadenas o sogas tienen una esfera en el extremo suelto que se engancha a una ranura que se extiende a lo largo de todo el camino. Cuando uno llega a destino se desabrocha y listo. Los cruces de calles son un tanto delicados, hay que tener cuidado si alguien viene de frente o de una calle lateral, los rieles son como la trocha angosta de los trenes. Para poder dejar pasar a alguien hay que hacerlo en las esquinas, la gente avanza o retrocede hasta la esquina, el que viene de frente se desvía a una lateral, uno sigue y el otro luego pasa. Es un poco complicado explicarlo, pero créanme, lo es más hacerlo. Lo bueno es que ya no hay mucha gente caminando. Estos métodos de desplazamiento fueron los primeros en ponerse en práctica, ahora casi todos prefieren movilizarse en una nave.

Las casas en la Luna son de lo más extrañas. Tienen una entrada normal y una escalera que sube directo al entrepiso. Las plantas bajas solo sirven para guardar cosas en estantes. Los entrepisos son de la altura de la gente para que nadie se pueda escapar por los aires. Todos flotan boca abajo, los niños también. En la Luna nunca se va a escuchar a un padre decir: “cuando seas tan alto como yo…”, a los niños se les dice: “cuando llegues al piso…”. Todo está boca abajo, hasta los baños, para que nada se “caiga” hacia arriba. Las cocinas también. Y cuando la familia se sienta a comer, lo hacen en una mesa especial que tiene unas cajas con un dispenser para cada comensal. Cada bocado es liberado por un mecanismo, se aprieta un botón y la comida se eleva hacia la boca del que come. Es un sistema especialmente útil para los niños, ya que nada hay que cortar o levantar con cuchara. Todos comen de la misma manera. Pescando la comida en el aire.

Algunas veces se ven mascotas. Monos, perros y gatos son las preferidas. Alguien intentó tener aves, pero es muy complicado ponerles un casco para respirar aire y además, con escafandra no se escucha su canto. Igualmente, tener una mascota es algo arriesgado, sobre todo para la limpieza del hogar.

Los lugares públicos en la Luna son parques cerrados por una cúpula, donde la gente se reúne a charlar y a mirar cascadas invertidas que salpican hacia abajo y se recrean atmósferas de nubes para sentir alguna vez la lluvia sobre la cara. Es muy llamativo que la gente que va a los parques no lleva paraguas, siempre quieren mojarse un poco ya que las duchas no existen, solo hay vaporizadores reutilizables de aseo continuo (VRAC les dicen).

También hay parques con atmósfera de montaña, donde además de hacer frío, nieva. Alguna vez intentaron reproducir una tormenta pero fue muy difícil de controlar y los rayos iban por toda la burbuja, sin poder parar.

Así es que cuando nuestro amigo Silus vino a la Tierra, no pudo creer que todos anduvieran sueltos y cabeza para arriba. (Silus vivía en la Luna desde que nació.)

Llegó en una nave preparada especialmente para aterrizar. Tenía una ventana enorme y desde allí pudo ver los mares y las montañas, las nubes, los desiertos, todo lo que se ve desde arriba. Eso fue lo primero que lo impresionó. Pero después, cuando estuvo ya sobre la superficie, se quedó azorado al ver cómo se veía el Sol desde la Tierra, con los rayos suavizados por la atmósfera. Y pasó horas viendo las formas caprichosas de las nubes verdaderas, en nada comparables a las nubes redondas de la Luna. Una lluvia tropical lo hizo delirar de alegría y una bandada de loros lo dejó sordo y maravillado.

Pero en la Tierra, todo era al revés de lo que él conocía. Todo se malgastaba, se desvalorizaba, se desaprovechaba. Nadie entendía el valor de una nube, de una gota de agua, de respirar aire puro ni de sentir una brisa perfumada con aroma a jazmín.

La gente lo miraba como a un bicho raro cuando él decía a quien quisiera escuchar que en el planeta Tierra todos eran ricos y no se daban cuenta. Silus, lejos de venir a dar cátedras de buenas costumbres de vida, tenía otra misión.

Tiempo atrás, en la Luna, el Consejo de Orden, la máxima autoridad en todos los aspectos de la vida en la Luna, había decretado una invasión a la Tierra. La misma tendría lugar en los próximos meses. Silus había sido enviado para determinar el momento adecuado y el lugar en el que se realizaría.

Él y solo él sabía de la misión. El resto de los visitantes pensaba que había tomado unas vacaciones en la Tierra como recompensa a una buena labor.

La misión no consistía en hacer de la gente de la Tierra esclavos, tampoco destruirían todo, simplemente se llevarían parte de la atmósfera, una parte ubicada en un sector no poblado. En los años de investigación que habían desarrollado en la Luna, lo que más les preocupaba era la atmósfera. Eso significaba tener luz, sol, lluvia y vientos. Ansiaban todo eso, sobre todo un río o un lago, algo donde refrescarse de vez en cuando.

Así que cuando Silus lo creyera oportuno, ellos activarían su nuevo SAM (sistema de atracción magnética) para generar un campo gravitacional. Y aspirarían el aire a través de un aparato de gran poder aspirador. Toda la tecnología era secreta. Por eso la gente andaba aún atada a los rieles y las casas no tenían gravedad. Las plantas y los organismos vivos se pondrían en funcionamiento en la Luna al concluir el proyecto. Las plantas venían siendo cultivadas en lugares ocultos y los microorganismos lo mismo. Tomaría un tiempo que las mismas plantas renovaran el aire, pero el proyecto era gradual. El golpe final sería la órbita. Un desarrollo por demás novedoso lograría generar una fuerza de atracción tal que la Luna saldría de su órbita alrededor de la Tierra y quedaría orbitando el Sol, directamente, apenas un poco más lejos que la Tierra. Entre ésta y Marte.

Se estarán preguntando qué pasaría con la Tierra, con la gente, los animales y las plantas. Nada había quedado librado al azar. La Tierra conservaría todo menos una parte de su atmósfera y su agua. Los humanos tendrían que enfrentarse a una mínima reducción de sus recursos. Era algo inevitable, forzoso.

Habían previsto que los terrícolas se resistirían, opondrían la fuerza. Por eso la acción se desarrollaría de noche, una noche de luna nueva en la que nadie estuviera mirando el cielo.

Silus envió la señal esperada. Los motores gravitatorios comenzaron a funcionar. Al mismo tiempo el aspirador, como si fuera un gran mosquito se posicionó, introdujo su largo pico y comenzó a enviar parte de la atmósfera. Debía ir en orden, primero la capa de aire respirable, la troposfera, luego la estratósfera y así seguiría subiendo hasta la exosfera, para ir cubriendo con capas a la Luna como si fuera una cebolla.

Todo marchaba correctamente. Los únicos que estaban alertados de lo que ocurría eran los satélites y algunos astrónomos que contemplaban la noche sin luna que hacía brillar más las estrellas. En cuanto estos lograron discernir que algo andaba mal dieron el alerta.

Los jefes de Estado y los altos rangos militares fueron avisados de inmediato. Una conmoción se generó en las instalaciones espaciales. La gente, el común de la gente, dormía sin enterarse.

¿Cómo ellos, que eran parte de su misma civilización, osaban saquearlos? ¿Cómo ellos que eran los cerebros de más avanzado desarrollo, los elegidos, osaban volverse en contra de quienes los designaron? Hubieran esperado un ataque de aliens, pero nunca de los mismos humanos que fueron enviados a buscar una nueva forma de subsistencia para trasladarla luego a algún planeta más lejano.

Muchas preguntas sin sentido se hicieron esa noche. Pero ninguna lograba dar con algo que fuera consistente con lo que estaba pasando.

Los cohetes y las armas no tardaron en estar dispuestos a la acción de repeler el “ataque”. Los de la Luna cortaron la energía por esa noche y se dedicaron a revisar las condiciones de esa inminente atmósfera que ya los rodeaba.

En poco tiempo comprobaron que ya era suficiente, no necesitarían más. El mosquito se retiró y volvió a su lugar, no sin algunas complicaciones ya que ahora la Luna tenía una atmósfera y era distinto el protocolo de alunizaje.

En la Tierra, Silus fue apresado sin miramientos. Lo interrogaron con métodos de persuasión de los que se utilizan en las guerras. Él solo les decía “estamos tomando lo que ustedes desprecian”. Nadie le hizo caso. Nadie estaba en condiciones de ponerse en el lugar de los ladrones. Porque no importa cuan poco valor le demos a algo, basta que sea de nuestra propiedad, para que sintamos que solo nosotros podemos disponer de ello. Aunque sea mal.

Silus fue llevado a una celda de una cárcel alejada de la ciudad. Desde allí podía ver un valle y una montaña. Ya no debía comer cabeza abajo, ya no debía caminar atado a un riel. Ahora le habían puesto grilletes.

Las fuerzas de la Tierra no tuvieron tiempo de preparar un contraataque. La Luna pronto salió de su órbita. Desde la Tierra no pudieron hacer nada para detenerla. El estruendo que acompañó a su desplazamiento fue como el tronar de una tormenta de tal magnitud que todos los perros aullaron al unísono durante varios días.

Silus alcanzó a ver cómo se iba alejando, poco a poco, desde su celda. Esperaba cada noche para verla convertirse en un punto en cielo nocturno. Ahora se dedica a escribir poemas sobre ella. El más reciente dice:

Me enamoré a primera vista,

con un amor tan grande como cautivo

pero como aquellas cosas destinadas a la ausencia

me has dejado para seguir tu camino.

Lloraré cada noche tu recuerdo

y cada mañana el Sol hará más dolorosa tu pérdida.

Desearía ser ciego, aunque dudo que la oscuridad

se apiade de mi memoria.

Silus cumplió su condena. Durante esos años se convirtió en el poeta que más escribió sobre la Luna. Un buen día le asignaron un puesto en la base espacial de la Tierra. Querían usar su imagen de poeta “lunático” para liderar el proyecto para “pescar” a la Luna, proyecto que contaba con gran apoyo popular. Silus se negó diciendo que por mucho que él deseara recuperarla, ella había decidido su independencia y él no sería capaz de ponerle grilletes aunque fueran gravitatorios. Pero… claro, esa era la opinión de un poeta.

El proyecto “pescar…” se llevó a cabo tiempo después. Esa… es otra historia.

Meg © Todos los derechos reservados

 

 

4 comentarios sobre “Si solo la luna…

    davidrubios escribió:
    10 junio, 2017 en 7:31 pm

    Si es que cuando se sabe escribir no hay género que se resista, como es tu caso Mirna. Un fantástico relato de ciencia ficción, sobre todo en la primera parte, pero que quizá está al servicio de un mensaje mucho más terrenal como es el poco valor que damos al único lugar habitable que conocemos: la Tierra. Un relato que conforme avanza se va haciendo más poético hasta que termina en eso, una poesía. Me ha encantado. Un abrazo!

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      mireugen respondido:
      11 junio, 2017 en 2:46 pm

      Muchas gracias, David. No es algo en lo que incursione seguido. Pero me ha gustado eso de imaginar otra realidad en la que la falta de esas cosas primordiales que aquí tenemos en abundancia, hace que le den más valor. Un abrazo!

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    Humoreo Luego Río escribió:
    11 junio, 2017 en 12:35 am

    Me ha encantado esta historia. Admiro tu forma de imaginar esas situaciones de ciencia ficción, que por otro lado, parecen tan cercanas a nosotros hoy. El toque de la poesía, es algo bastante novedoso para mí en un tipo de relato como este.
    Te felicito!!!

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      mireugen respondido:
      11 junio, 2017 en 2:49 pm

      Muchas gracias Humoreo… Me ha divertido imaginar otra realidad, pero la poesía se me coló no sé por qué…

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