Aves
Llegar a la puerta y ver la marca fue todo un golpe a mi acobardada fe.
Tres gatos pasaban por enfrente, mientras desde una casa contigua arrojaban aguas servidas. Los animales se apartaron con el escándalo de una cortesana mal paga, mientras los cascos de andrajosos caballos lejanos marcaban instantes que eran mortales y silenciosos.
Mis manos iban a golpear la madera, mi cabeza a dar marcha atrás, mis ojos a traspasar las paredes cobardes.
Solitaria, casi inconsecuente, se acercaba un ave negra. Ave desdichada, si las hay. Desde tiempos inmemoriales, los seres voladores representan lo bueno, lo excelso, lo etéreo, lo espiritual, lo libre… ¿Qué daño harían esos animales para quedarse enclavados en una circunstancia nefasta y ominosa?
La puerta marcada se abrió. Yo retrocedí unos pasos, como si un vaho insalubre saliera en mi dirección.
Casi tropiezo con una mujer vetusta y reseca que entraba. Pero no contaba con su inmaterialidad. Ella también se esforzaba por dar pasos rápidos. Su cara se retorcía en muecas que asemejaban un dolor negro, bubónico.
Algún transeúnte desprevenido reaccionaba de repente y echaba a correr.
Todo se aleja cuando la desgracia cae sobre la faz de la Tierra. Hasta la luna parecía haber rehuido su velar nocturno y ni siquiera un perro hambriento se dejaba ver.
El médico entró en la casa sombría luego de mirar hacia mi lado. Un tremendo escalofrío me recorrió la espalda. Un rayo. Pero no me miró a los ojos. Pareció atravesarme. Tuve en ese momento conciencia de que algo podía hacer que me incorporara a esa realidad que intentaba esquivar dando saltos de perdiz.
Pero nada nos deja afuera de la realidad. Es un espiral que se va ampliando, como un círculo excéntrico que se devora el exterior a cada paso.
El ave movió la cabeza, contrariado. Tal vez haya pensado que alguien que no se queda guardando distancia está tentando al Diablo.
Recé un Ave María.
Rompí el siguiente silencio interno con una alabanza a un Dios pagano, también. (Nunca se sabe quién puede acudir en nuestra ayuda).
Golpes, empujones al final de la calle, me hicieron notar que más se temía a la Peste que al Diablo. Sí, Peste con mayúscula. La que devora y avanza como un monstruo silencioso. La que se adueña y coloniza cada espacio.
La gente huía al divisar la cruz escarlata. Pero al ver al ave el pavor era mayor que nunca porque era la confirmación de lo incurable.
Volví a la puerta, no sin esfuerzo: sentía tirones de ambos lados como si me estuvieran atando a un potro por ambas extremidades. La puerta había sido cerrada nuevamente. Miré la cruz roja infierno. Oí el lastimero reverberar de un llanto. Abrí con pesadez. Sentía un hueco dentro de mí. Pero para salvarme tenía que rescatar a mi alma que había quedado atrapada, negra, sin alas, del otro lado.
Meg © Todos los derechos reservados
18 marzo, 2017 en 10:04 am
Estupendo relato que retrata el ambiente de aquella época en la que la Peste arrasaba Europa. Estupenda analogía entre pájaros y esas máscaras que se utilizaban para evitar el contagio. Parecían cuervos. No hace mucho leí que esa especie de pico alargado marcaba una especie de distancia de seguridad, se suponía que a la distancia del pico no había riesgo, pero la imagen debía ser terrible. ¡Un abrazo!
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18 marzo, 2017 en 11:07 am
Sí, solo verlos llegar debería ser siniestro y el ambiente desolador.
Es como vos decís, el pico largo se usaba para poner distancia y creo que también daba lugar a poner un pañuelo con alguna sustancia aséptica.
Un abrazo
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18 marzo, 2017 en 2:39 pm
Me has llevado a esa época con tus letras. Da escalofríos de pensar en lo que pudo ser aquella epidemia. Y esas máscaras no debían de hacerlo más fácil.
Un besillo.
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18 marzo, 2017 en 3:09 pm
Gracias María. Es un enorme placer que te haya gustado.
Como vos decís las máscaras deben haberlo hecho más difícil aún. Como siempre la imagen da más fuerza a un hecho. Y por eso nunca debe faltar en Un relato.
Un abrazo
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25 marzo, 2017 en 1:43 am
Muy buen microrrelato, Mirna. Te transporta a aquella escalofriante época.
Un saludo!
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25 marzo, 2017 en 1:55 am
Gracias Federico. Un gusto tenerte por aquí
Un abrazo
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26 marzo, 2017 en 7:07 pm
Relato de claro estilo romántico; negro y deprimente como los escritos por Poe. La verdad es que esos médicos con máscaras de pájaro serían una visión de lo más escalofriante.
Un abrazo, Meg.
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26 marzo, 2017 en 10:04 pm
Era como el toque macabro de esa realidad funesta.
Gracias por tu comentario Bruno. Un abrazo.
Meg
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13 abril, 2017 en 2:30 pm
¡Escalofriante, moza! Pone los pelos como escarpias. Abrazo
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13 abril, 2017 en 3:41 pm
Gracias Ana Lía. Un gusto que me leas.
Abrazo
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